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    Alemania impone “reparaciones de guerra” al resto de Europa

    JM Delgado
    JM Delgado


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    Alemania impone “reparaciones de guerra” al resto de Europa Empty Alemania impone “reparaciones de guerra” al resto de Europa

    Post  JM Delgado Sun Jan 29, 2012 3:08 am

    <blockquote>l</blockquote>Alemania impone “reparaciones de guerra” al resto de Europa | ATTAC Mallorca

    Al acabar la Primera Guerra Mundial, el Tratado de Versalles de 1919
    hizo responsable a Alemania de “todos los daños y pérdidas” causados
    como consecuencia del conflicto y en su virtud le obligó a hacer frente a
    “reparaciones” millonarias que, después de diversos aplazamientos y
    anulaciones, terminó de pagar en octubre de 2010.

    Muchos economistas y políticos de la época, y entre ellos el más famoso
    de entonces, John Maynard Keynes, mostraron que era imposible que
    Alemania pudiera pagar esas reparaciones sin empobrecerse trágicamente y
    sin que así se ocasionasen problemas peores que los que se trataba de
    resolver. E hicieron ver que incluso sería mucho más útil para los
    propios aliados promover el desarrollo de la industria y el comercio en
    Alemania que obligarle a hacer frente a unas cantidades que estaban
    completamente fuera de su mermada capacidad de pago. Con dramática
    lucidez, el economista inglés advirtió en su libro Las consecuencias
    económicas de la paz, que “si nosotros aspiramos deliberadamente al
    empobrecimiento de la Europa central, la venganza, no dudo en
    predecirlo, no tardará”. Así fue.

    Años más tarde, las cosas han cambiado mucho. La puesta en marcha del
    euro a pesar de que se sabía que la unión monetaria estaba mal diseñada,
    que no contaba con suficientes mecanismos e instituciones de
    compensación y reequilibrio y que las perturbaciones y los shocks
    asimétricos iban a ser constantes, inició una especie de guerra
    económica que esta vez ha ganado Alemania pero, al final, a costa de
    sufrir también las consecuencias negativas de todo tipo que siempre
    están asociados a los conflictos que provocan las estrategias de
    ocupación.

    Desde que se creó, Alemania ha impuesto su norma como potencia de
    economía abierta al resto de los países y especialmente a los del sur
    europeo. A cambio de ayudas generosas que se venden a su población como
    si no tuviese contrapartidas, Alemania ha venido colonizando las
    economías periféricas, bien por la vía directa de la adquisición de
    activos, convirtiéndolas en importadoras masivas de sus productos, o
    mediante la financiación del endeudamiento continuado que los déficits
    en los que necesariamente incurrían lógicamente provocaban.

    Antes de la creación del euro, los países menos competitivos, como
    España, se defendían periódicamente de la agresión comercial de los más
    fuertes, o de su propia debilidad estructural, devaluando sus monedas y
    tomándose así un respiro que les permitía mantener mal que bien su
    tejido productivo y el equilibro exterior. Con la moneda única, y al
    carecer de esta estrategia defensiva, la potencia exportadora alemana ya
    no ha tenido barreras (al contrario que le ha ocurrido a los productos
    de la periferia en centroeuropa) lo que debilitó poco a poco la
    industria y, en general, la producción nacional en la periferia. Así se
    iba gestando un gran superávit en Alemania paralelo al déficit de los
    países periféricos.

    De 2002 a 2010 este proceso generó un excedente de 1,62 billones de
    euros en Alemania, de los cuales solo 554.000 se aplicaron en su propio
    mercado interno para mejorar su dotación de capital o las condiciones de
    vida de su población. El resto, 1,07 billones se colocó fuera de
    Alemania, y de esta parte 356.000 en forma de préstamos y créditos para
    financiar un modelo productivo en la periferia que, lógicamente, no
    fuera el que pudiera competir con el alemán. La teoría y la historia
    económicas nos han enseñado que no podía ser de otra manera: la
    existencia de una potencia exportadora como la alemana de estos años
    solo es posible si al mismo tiempo que exporta financia. Tiene que ser
    así porque, en el marco ya cerrado de una economía como la europea (o
    del planeta si nos referimos al conjunto de la economía mundial) para
    que unos tengan superávit otros han de tener déficits y éstos han de
    financiarlos, evidentemente, quienes disponen de excedentes a su costa.

    Este estado de cosas, esta “guerra”, ha ido siendo claramente exitosa
    para las grandes corporaciones centroeuropeas que se han hecho con los
    mercados que antes les estaban vedados, para los exportadores alemanes, y
    para los bancos que han obtenido grandes beneficios financiando la
    deuda creciente de una periferia con cada vez menos capacidad de generar
    recursos endógenos, puesto que la potencia exportadora en realidad ha
    de fagocitarlos para poder seguir manteniendo su privilegio exportador.

    A pesar de que este estado de cosas era muy claramente perjudicial para
    los intereses nacionales de países como España, Italia, Irlanda, Grecia…
    o incluso me atrevería a decir que de Francia, las élites respectivas
    lo aceptaron como punto de partida y lo han apoyado puesto que los
    grandes beneficios de las multinacionales que los estaban colonizando y
    de los bancos que nadaban en dinero gracias a la deuda gigantesca que se
    generaba producía un efecto “derrame” suficientemente cuantioso como
    para financiar generosamente a los partidos y a las oligarquías
    económicas locales y que gracias a ello se han ido así armando con un
    poder político cada vez más decisivo.

    El problema que conlleva un equilibrio de esta naturaleza, tan
    asimétrico, es que antes o después termina cayendo porque se acaba la
    capacidad de endeudarse, porque el empobrecimiento efectivo y continuado
    es insostenible o porque se produzcan impactos externos que agudicen
    las asimetrías sin que haya, como ocurre en la Unión Europea,
    suficientes resortes de reequilibrio.

    Así, lo que ahora tenemos sobre la mesa en Europa es un problema
    irresoluble sin cirugía mayor. Alemania ha financiado, en lugar de su
    propio desarrollo interno y el bienestar de sus ciudadanos o una
    integración más solidaria entre las economía europeas, un modelo
    productivo entre su “clientela” que no permite a ésta serlo
    indefinidamente. Cuando se ha producido un impacto externo como la
    crisis financiera, se ha reducido la demanda en la periferia, ha debido
    aumentar el déficit público a costa del privado, que en mayor parte ha
    de destinarse a financiarlo, reduciéndose entonces los déficit que
    engordan el superávit alemán y disminuyendo la capacidad de pago de la
    deuda contraída.

    Alemania teme ahora haber financiado a unos clientes que al final puede
    resultar que no hagan frente a sus deudas y ese miedo le empuja a seguir
    por un camino terrible y claramente equivocado que es el que recuerda
    las reparaciones a las que ella misma tuvo que hacer frente durante
    tanto tiempo.

    La derecha política alemana y sus grupos de poder económico se empecinan
    en hacer creer, y en creerse ellos mismos, que la causa de ese peligro
    es el mal comportamiento de sus socios a cuyos gobiernos tilda de
    manirrotos (a pesar de que, como en España, hayan incurrido en menos
    incumplimientos fiscales que la propia Alemania) y a cuyos ciudadanos
    acusa de haber vivido por encima de sus posibilidades. Y esa creencia le
    lleva a imponer las nuevas “reparaciones” en forma de programas de
    austeridad (mal llamados de austeridad, como ya he escrito en varias
    ocasiones porque solo se centran en recortar los gastos vinculados al
    bienestar social para abrir la puerta a la provisión privada) que, como
    ocurrió hace poco menos de un siglo, provocaron un efecto perverso del
    que quizá todavía estamos pagando sus consecuencias. No podrá ser de
    otro modo porque imponer el empobrecimiento y la recesión a los demás
    pueblos no podrá evitar, como dijo Keynes entonces, que antes o después
    se produzca la venganza. En el mejor de los casos, en forma de
    desintegración europea que igualmente pagará la propia Alemania. Y en el
    peor, más vale ni siquiera pensarlo
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