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    Dos tradiciones "marxistas" ¿jacobinismo o autoemancipación obrera?

    JM Delgado
    JM Delgado


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    Dos tradiciones "marxistas" ¿jacobinismo o autoemancipación obrera? Empty Dos tradiciones "marxistas" ¿jacobinismo o autoemancipación obrera?

    Post  JM Delgado Sun Sep 26, 2010 11:45 am

    He encontrado un texto interesante (del que he seleccionado un fragmento, puede leerse completo en la web de Cuadernos de Ruth ) sobre la influencia de jacobinismo en el marxismo y a su través, en el bolchevismo. En nuestro tiempo ello puede parecer una discusión teorética pero no lo es una vez contextualizado: la tradición de la Gran Revolución Francesa gravitó en las cabezas de todos los revolucionarios del siglo XIX y ni siquiera la huella de la Comuna y la lectura que Marx hixo de ella en La Guerra Civil en Francia la reemplazó. Y aquella fué una tradición jacobina, o roussoniana.

    Julio César Guanche
    Todo lo que existe merece perecer (o una pregunta distinta sobre la democracia)

    No es este el lugar para situar la relación entre jacobinismo y marxismo, sino para enunciar un problema. Para ello, es pertinente operar con el concepto de jacobinismo utilizado por la tradición clásica del marxismo, pues es con ese concepto preciso sobre el cual se genera la discusión; Fernando Prieto lo resumía así: «en la base de la mentalidad jacobina hay una creencia en las capacidades del pueblo. Sin embargo, la experiencia política les llevó a no confiar en la espontaneidad del pueblo y pensar que éste necesita ser guiado por quienes tienen luces políticas [los jacobinos, naturalmente] que toman el papel de vanguardia de la Revolución. Una necesidad que ya fue apuntada por Rousseau precisamente para la fase constituyente del Estado y que llevó a los jacobinos a la contradicción de instaurar la dictadura, aunque fuera bajo el disfraz de una dictadura revolucionaria».[20]

    Guérin decía algo similar:

    Por «espíritu jacobino» debe entenderse, a mi juicio, la tradición de la revolución burguesa, de la «dictadura» desde arriba de 1793, un tanto idealizada y no muy bien diferenciada de la «dictadura» desde abajo. Y, por extensión, debe entenderse también la tradición del conspirativismo babeuvista y blanquista, que toma las técnicas dictatoriales y minoritarias propias de la revolución burguesa para ponerlas al servicio de una nueva revolución.[21]

    De este modo, y a riesgo de simplificar, se pueden establecer los marcos de esta discusión en una dicotomía: la idea del «socialismo revolucionario» de que la revolución se hace siempre «desde abajo» o sea desde y por el pueblo lo que arrastra el tema de la socialización del poder a través de la autoorganización obrera; o, la idea «jacobina» según la cual la Revolución se hace «desde arriba», atravesada por la virtud moral de una política ejecutada de veras para el pueblo, lo que conlleva el tema de la universalización de la ciudadanía, alrededor del campo gravitatorio de la política estatal.

    Por supuesto, esta no es una discusión teorética, en la que se debaten modelos imaginarios para ser instaurados en la sociedad, sino de una discusión muy «práctica»: versa sobre proyectos políticos que discuten entre sí cómo una revolución crea mayor libertad o degenera en dictadura. En teoría, ambas ideas son revolucionarias, pero las consecuencias que se desprenden de ellas en el plano de la actuación política para conseguir uno u otro fin las sitúan en las antípodas de la política revolucionaria.

    El dilema radica en el régimen de posibilidad de ser jacobino y marxista a la vez.

    Lenin fue el primero en proclamarse al mismo tiempo marxista y jacobino. Su propia trayectoria alumbra los problemas contenidos en dicha síntesis.[22] Lenin no fue el artífice de a Revolución Rusa: fue el movimiento revolucionario de ese país con su politización de décadas lo que condujo a 1917 lo que Lenin supo muy bien interpretar; al modo en que el asociacionismo popular, en clubes, del jacobinismo resultó esencial para 1789-1793 lo que Robespierre supo muy bien representar, pero ni Lenin ni Robespierre son los demiurgos de esas revoluciones: lo es el pueblo mismo. Dentro de esa tradición, Lenin pensaba que la diferencia entre «el socialismo democrático» y el «jacobinismo blanquista» «se reduce al hecho de que [en el primero] hay un proletariado organizado y provisto de una conciencia de clase en lugar de un puñado de conjurados». La crítica de Rosa Luxemburgo a Lenin en este aspecto conserva toda vigencia. Lenin define a su «socialdemócrata revolucionario» como un «[...] jacobino ligado a la organización del proletariado que ha tomado conciencia de sus intereses de clase. En realidad, la socialdemocracia no está ligada a la organización de la clase obrera, ella es el movimiento mismo de la clase obrera», aseguraba la revolucionaria polaca.

    Si Lenin había asegurado que «la inteligencia de decenas de millones de creadores proporciona algo infinitamente más elevado que las previsiones más vastas y geniales», también aseguró que «al educar al partido obrero el marxismo forma a la vanguardia del proletariado, la capacita para tomar el poder [...] para dirigir, y organizar un nuevo régimen, para ser maestra y guía de todos los trabajadores».

    Iglesias señaló el conflicto, al interior del bolchevismo, entre los dos espíritus el marxista y el jacobino, y afirmó que nunca será resuelto ni en Lenin ni en Trotsky.[23]

    El énfasis del Lenin de 1923 en la inspección obrera y campesina es enarbolado con orgullo y razón como un combate abierto contra la burocracia, pero hace olvidar un hecho: la «inspección obrera y campesina» es un principio diferente al de la «gestión de la producción por los propios obreros». El primero supone un control sobre una burocracia ya constituida, el segundo busca oponerse a la constitución misma de la burocracia «obrera»; el primero supone la existencia de un aparato estatal con estructura de tipo tradicional, al que se le ha asignado la función de sostener la infraestructura de la revolución social: un Estado con funciones socialistas, pero con una estructuración política de corte, aún feudal, o burgués, que debe ser controlado; el segundo principio, la «gestión de la producción por los propios obreros», supone necesariamente un nuevo tipo de Estado, como decía Gramsci, creado por la experiencia asociativa de las masas.

    Con Trotsky sucede algo parecido. Si en su juventud criticó el jacobinismo de Lenin y consideró que jacobinismo y socialismo proletario configuran «dos doctrinas, dos tácticas, dos psicologías separadas entre sí por un abismo», y pudo afirmar en 1937 que «no puede haber un programa revolucionario hoy, sin soviets y sin control obrero», también aseguró en Balance y perspectivas: «El Estado no es un fin en sí. Es apenas una máquina en manos de las fuerzas sociales dominantes», con lo que no captaba la contradicción existente entre una y otra proposición, pues no se trata de poner soviets al lado del Estado, sino de que la lógica de los soviets atraviese toda la lógica de un nuevo Estado. Quiere decir, el problema no radica en convertir a los soviets en «células estatales», sino lo contrario: que el nuevo Estado sea en sí la articulación de los soviets constituidos: no hacer un Estado que «apoye» a los soviets, sino pensar que estos son ya el Estado.

    Esa tensión en el marxismo entre su «vocación libertaria» y su «vocación por el comunismo estatal», entre la revolución «desde abajo» y la revolución «desde arriba», entre su impugnación del Estado y la afirmación de la necesidad de su continuación pues ambos están presentes en él, tiene lugar como momentos diversos de la argumentación que no alcanzan a integrarse. Ello se expresa en la historia de la teoría: no hay un solo marxista que en algún momento de su vida no se haya enfrentado al tema de la NEP, y haya echado leña al fuego de sus causas y sus problemas, pero hay muchísimos marxistas que jamás consideraron el problema de los soviets, el significado de la existencia de esa forma política de poder proletario, las condiciones de su vaciamiento y las consecuencias políticas de ese vaciamiento.

    Tal tensión no se resuelve en el justo medio entre ambas inspiraciones, sino en otro lugar. Se resuelve dentro de una verdad: en la afirmación, promoción y defensa del «espíritu positivo y creador» de las masas contra el «espíritu estéril del vigilante nocturno», propio de una instancia el Estado que se ha colocado fuera y por encima de ellas. O sea, todo lo opuesto simétricamente a la ejecutoria histórica del Socialismo de Estado. La verdad no es relativa. Por más que lo quisiera para su propia tranquilidad, no puede serlo.

    El tema esencial del debate está en dilucidar si este pensamiento contiene efectivamente la posibilidad de una verdadera ruptura estatal: si el Estado no es ya siquiera una instancia instituida «de abajo hacia arriba», sino construida y sostenida en términos de igualdad política por parte de los ciudadanos-trabajadores a través de la autoorganización de los productores, o desde su propia formulación resulta una instancia en la cual se hace la Revolución, que, a continuación, resulta comunicada y distribuida a los ciudadanos.

    En el seno de semejante discusión, esta última propuesta significa la usurpación del hecho revolucionario por la burocracia.

    ----------
    [20] F. Prieto: Los jacobinos.

    [21] D. Guérin: Ob. cit. (en n. 16), p. 59.

    [22] Lenin en Un paso adelante, dos pasos atrás afirma: «Las "terribles palabras" de jacobinismo, etc. no significan absolutamente nada más que oportunismo. El jacobino, indisolublemente ligado a la organización del proletariado consciente de sus intereses de clase, es precisamente el socialdemócrata revolucionario. El girondino, que suspira por los profesores y los estudiantes de bachillerato, que teme la dictadura del proletariado, que sueña en un valor absoluto de las reivindicaciones democráticas, es precisamente el oportunista». En Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, agrega: «Esto no significa, en modo alguno, que queramos sin falta imitar a los jacobinos de 1793, adoptar sus concepciones, su programa, sus consignas, sus métodos de acción. Nada de esto. Tenemos no un programa viejo, sino nuevo: el programa mínimo del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. Tenemos una consigna nueva: la dictadura revolucionario-democrática del proletariado y de los campesinos».

    [23] «Indudablemente [agrega Iglesias] hubo en el marxismo una actitud ambivalente respecto al Estado. Por una parte y esto lo tenía el marxismo en común con el anarquismo una convicción basada en un análisis histórico extraordinariamente realista de que todas las revoluciones se frustran en el momento y hora en que no se deshacen del Estado; por otra, el convencimiento de que la revolución socialista tiene necesidad de un Estado para su objetivo de aplastar, abatir, el viejo sistema capitalista y crear su propia maquinaria del Estado que ejerciera la dictadura proletaria», en «Burocracia y capitalismo de Estado».

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