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De lo global a lo local: las luchas bajan a los barrios
La aparición del movimiento anticapitalista llevó la lucha al terreno global. Años después el movimiento se ha movido al terreno local y, concretamente, a los barrios.
Varios autores - La hiedra / L'heura | 12-7-2009 | 229 lecturas | 3 comentarios
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Oleguer Bohígas habla de la oportunidad de llevar la política a las calles, de donde no queremos que salga nunca.
Dos succesos claves marcan una nueva etapa política justo al entrar en el siglo XXI. Uno se produce a finales del siglo pasado: en 1999, la cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC) celebrada en Seattle se ve obligada a cancelarse debido a las manifestaciones y bloqueos de unos curiosos manifestantes. Es la irrupción de un nuevo movimiento internacional, el movimiento anticapitalista.
El otro acontecimiento es el atentado en las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, iniciando la guerra preventiva y una nueva estrategia imperialista por parte de Estados Unidos y sus aliados.
Las consecuencies del segundo éxito son bien conocidas y pesan como una losa en Afganistán e Iraq. El primero, la contracumbre de Seattle, provocó un efecto dominó. No sólo las instituciones como el OMC quedaron deslegitimadas, sino que fue también una victoria simbólica; 40.000 manifestantes en el corazón del sistema fueron capaces de detener la reunión de una de las instituciones más poderosas del mundo, la responsable de la privatización de los servicios públicos y de las políticas neoliberales de todo el planeta. Esta experiencia fue un referente que se desarrolló en una multitud de contracumbres dirigidas contra organismos internacionales como el OMC, el Banco Mundial, el FMI o el G-8 en Washington, Praga, Niza, Génova o Barcelona, involucrando a una nueva generación de activistas a la política, (una nueva forma de hacer política) y llevando la crítica al sistema a las calles, después de la travesía por el desierto de los años noventa. Se lo llamó movimiento de movimientos, movimiento antiglobalización, altermundialista o, quizás el más adecuado, movimiento anticapitalista. Más allá de la confrontación en las calles, el movimiento gestó nuevas redes sociales y los Foros Sociales Mundiales (FSM), regionales o locales, el legado más importante de los cuales, quizás, fue la convocatoria de la mayor manifestación internacional contra la guerra, el 15 de febrero de 2003.
Diez años después de la batalla de Seattle, se hace evidente que el movimiento anticapitalista ha sufrido cambios importantes. Los dirigentes mundiales han aprendido a hacer sus reuniones en lugares remotos, huyendo de la molesta cita con los activistas. Las contracumbres continúan vivas, como demuestran las masivas manifestaciones en Londres contra la última cumbre del G-20, pero es obvio que se ha reducido su frecuencia y ya no son el centro del movimiento.
Los Foros Sociales también se enfrentan a diferentes problemas, a la vez que vemos cómo hay en su seno una creciente burocratización. Una visión simplista nos haría augurar un declive del movimiento anticapitalista, pero una visión más matitzada nos hace ver una tendencia centrífuga en el movimiento. Tendencia que lo centra en el terreno estatal y local, a la vez que coge formas más políticas.
Los debates en el movimiento
Desde un principio el movimiento ha intentado rehuir la política. La explicación la podemos encontrar en que precisamente nace en un contexto de deslegitimación de las políticas socialdemócratas, convertidas en social-liberales, y con la experiencia de las políticas dirigistas de los partidos comunistas. El nuevo movimiento no podía hacer más que mirar a los partidos políticos con recelo.
Eso entronca con el ámbito de la crítica. Aunque muchas de las redes sociales generadas se organizan a nivel estatal, o incluso local, el movimiento en sus inicios no centra su discurso en la crítica de las diferentes políticas de ámbito estatal, sino directamente contra el capitalismo global simbolizado por los organismos internacionales. Por una parte eso muestra su radicalidad en el sentido más etimológico, es decir que va a la raíz del sistema. Por otra parte, la necesidad de llegar a la gran mayoría de gente que no se considera anticapitalista para construir un movimiento fuerte exige entrar en las aplicaciones concretas, en las políticas estatales. Pero el ámbito de la crítica no tiene que ver únicamente con el hecho circunstancial de que el movimiento se gestara en las contracumbres. Tiene que ver también con cuestiones teóricas y estratégicas, así como con la composición del movimiento.
Ya desde sus inicios podemos observar un ala derecha del movimiento (liderada por ATTAC-Francia y las onGs más moderadas) y un ala izquierda representada por el autonomismo. Evidentemente también encontramos las organizaciones de la izquierda radical, en general mucho más minoritarias. Encontramos así en el plano estratégico una extraña coincidencia entre el ala derecha y la izquierda del movimiento en el rechazo a la política, la no necesidad de poner prioridades o la antigua cuestión del poder.
La misión de las onGs nunca ha sido la confrontación con el poder. De hecho han cogido fuerza poniendo remiendos a las carencias del Estado del bienestar o supliendo la falta de éste. Aun así el neoliberalismo ha radicalizado las onGs y forman una parte importantísima del movimiento anticapitalista. Funcionan en muchos casos como amortiguador más que como canalización del descontento. Por otra parte, el proyecto de ATTAC, como representante de la visión más reformista del movimiento, es marcadamente economicista, basándose en una mayor fiscalización del mercado financiero. Su objetivo es un capitalismo humano, un retorno a las políticas keynesianas. En la alianza táctica con partidos o gobiernos socialdemócratas, así como en el intento de evitar un debate con miles de activistas radicalizados, está el origen de este apoliticismo de la parte más reformista del movimiento.
El autonomismo tiene razones más sinceras en el rechazo de la política. Su proyecto es crear una sociedad alternativa, paralela se puede decir, a partir de espacios autónomos (cooperativas, espacios liberados, redes de intercambio, etc.), gérmenes en sí mismo de una nueva sociedad, esquivando la existencia del Estado. De hecho, intelectuales como Toni Negri defendían precisamente que el estado-nación tendía a desaparecer ante el poder de las transnacionales. La misma represión sufrida por el movimiento demuestra que, ni mucho menos el Estado ha desaparecido. El radicalismo del autonomismo y su apuesta por la democracia radical le hicieron ganar un respeto y una rápida e importante implantación en los inicios del movimiento.
Ahora bien, a pesar del impacto enorme de las contracumbres con respecto a la visualización de un enemigo común, la experiencia de la combinación de unidad y radicalidad por sí solas no han podido ni podrán abolir el FMI y el Banco Mundial. La lucha contra la aplicación concreta de las políticas neoliberales, más allá de los grandes tratados internacionales, ha llevado necesariamente al terreno estatal, desde donde se aplican realmente. El terreno estatal pide posicionarse en muchas cuestiones que antes podían ser eludidas y, por lo tanto, lleva el movimiento también al terreno político.
Los Foros Sociales
Los Foros Sociales Mundiales, iniciados en enero del 2001 y repetidos anualmente, tienen una importancia clave. Consiguieron rebatir en la práctica el argumento de los defensores del sistema, que decían que el movimiento sólo era capaz de articular críticas, pero que no proponía alternativas. Consiguió conectar con activistas de todo el mundo, visualizando luchas desconocidas y, a través del Asamblea de Movimientos Sociales, se consensuó un calendario común de movilizaciones. Pero el FSM ha tenido desde el principio sus contradicciones, que se han ido mostrando cada vez más.
Las limitaciones de los Foros Sociales Mundiales son debidas en gran parte a dinámicas internas. Hay una contradicción entre la demanda de democracia global del movimiento anticapitalista y la democracia directa que practica organizándose a nivel local, y la enorme falta de democracia en la organización del FSM. El comité organizador nunca ha sido elegido por nadie. Tan sólo para poner un ejemplo, ¡la decisión sobre dónde tendría que tener lugar el segundo FSM se tomó en un restaurante de Porto Alegre! La segunda contradicción está en la prohibición explícita de los partidos políticos en los Foros Sociales, aunque el proceso de algunos de éstos han sido dominados por partidos políticos. De hecho, la idea y la organización del primer FSM surgió de ATTAC y del PT del Brasil. Sólo hay que remitirse al FSM de 2005, donde el mitin más concurrido fue el de Lula y Chávez como claras estrellas.
Finalmente el Foro ha sido incapaz de poner prioridades. Eso tiene que ver tanto con la falta de democracia del FSM como con el rechazo a la política. La Asamblea de Movimientos Sociales (desde donde se lanza la fecha de movilización contra la guerra del 15 febrero del 2003 y tantas otras movilizaciones de ámbito internacional), aunque coincide en el emplazamiento y fecha con el FSM, está formalmente desvinculado. Así, el FSM queda como un espacio puramente de debate, mientras el Asamblea de Movimientos Sociales propone una declaración con diferentes movilizaciones de referencia. Es absurdo pensar que se puedan tomar decisiones que puedan ser asumidas por todo el mundo sin un debate previo. Este vínculo es precisamente el que se ve roto. Es por eso que no se pueden tomar prioridades o esbozar estrategias conjuntas. A pesar de eso, hay que destacar el éxito del FSM descentralizado del 2006, el cual demostró la tendencia centrífuga del movimiento. Sólo en el Estado español, podemos citar el éxito del FSCat y del FSM de Madrid, dos ejemplos de autogestión y de unidad.
Movimientos amplios
Una experiencia hace cambiar radicalmente el movimiento anticapitalista, la experiencia del movimiento antiguerra. En primer lugar se demuestra que ni el estado-nación desaparece, ni que el sistema adopta una forma descentralizada y de red, como afirmaban Toni Negri y Michael Hart, sino que tiene centros de poder que compiten entre sí. En segundo lugar, pone en el orden día la necesidad de tener prioridades. El 15 de febrero y el movimiento antiguerra eclipsó totalmente las otras fechas salidas del FSM.
Aunque el núcleo dinamizador y más activo es el movimiento anticapitalista, el movimiento antiguerra se convierte en uno mucho más masivo y mucho más amplio ideológicamente. A un nivel más orgánico, participan organizaciones y partidos socialdemácratas, incluso los que abrazan completemente el neoliberalismo. Eso acaba evidenciando una confrontación política y se ve la necesidad de crear alianzas políticas entre los sectores anticapitalistas.
Una vez finalizada la guerra, estrictamenta dicha, contra Iraq, a pesar de la fuerte resistencia contra la ocupación, el movimiento antiguerra se desinfla y nos sitúa en una nueva posición. La necesidad de llegar a amplias capas de la población, ha llevado, como decíamos, paso a paso y no decidida conscientemente ni coordinadamente, al terreno local y político.
Que el movimiento adopta cada vez más formas políticas lo demuestra el nacimiento de nuevos partidos que se declaran anticapitalistas, como pueden ser el Nuevo Partido Anticapitalista en Francia o el Die Linke en Alemania. Hay que destacar que estos partidos no son simplemente una reunificación de diferentes organizaciones de la izquierda radical, si bien se ha dado, sino que se alimentan de esta nueva generación activista hija del movimiento anticapitalista.
En el Estado español hay otro elemento que tenemos que añadir a esta análisis. El movimiento antiglobalización aparece bajo la sombra del gobierno del PP y al lado de diferentes luchas contra el mismo (PHN, Prestige, huelga general, etc.), que culminan, de forma todavía más clara que en otros lugares y actuando de catalizador, en el movimiento antiguerra. El triunfo del PSOE lleva a una desmovilización general. Desmovilización que es acusada también hoy y que ha llevado a los movimientos sociales combativos al aislamiento. Este mismo aislamiento es el que fuerza una unidad más efectiva y fuerte entre los movimientos sociales. ¿Cuál es la forma de crear esta unidad? La unidad de acción y el trabajo local. Local en el sentido más estricto: el trabajo en los barrios.
La crisis nos sitúa en un nuevo plano. Las tesis anticapitalistas se ven reforzadas. El capitalismo no funciona. Pero, por otra parte, la crisis, el miedo y la atomización que provoca, hace que sea más difícil movilizar de una forma puramente propagandística. El debate político se ha trasladado a las situaciones concretas, intentando dar soluciones reales. Eso nos lleva a un nivel municipal o de barrio, de donde salen diferentes iniciativas de cariz anticapitalista. Ámbito desde donde se pueden trabajar temas como la vivienda o el paro y vincularlos con las cuestiones más generales, haciendo así al mismo tiempo una crítica al capitalismo. No es casualidad que candidaturas municipalistas anticapitalistas tomen entidad, o que plataformas locales, surgidas de campañas concretas, se conviertan en plataformas estables. Tenemos, pues, la oportunidad, como movimiento y desde el terreno local, de llevar la política a las calles, de donde no queremos que salga nunca.
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