Las perspectivas de emancipación en el siglo XXI
Un análisis lúcido, liberado de las ilusiones que a menudo se tienen, pone de manifiesto que vivimos en una sociedad mundial injusta y violenta. El orden económico que reina por todas partes en el mundo se basa en el sistema del salariado, es decir, una organización desigual y peligrosa (más de 2 millones de muertes al año[i]) de un trabajo generalmente obligado.
El salariado es en efecto uno de los pilares del capitalismo, forma económica cuyo reino es mundial, y que modela la sociedad conforme a sus valores intrínsecos: competencia, enfrentamiento, precariedad, salariado, explotación. La historia ha puesto de manifiesto que, a pesar de las diferencias reales, todas las formas de capitalismo son injustas, violentas, e inestables.
Así pues, esta sociedad está dominada ante todo por desigualdades de una intensidad increíble. Corolario de la constatación anterior, la sociedad mundial se caracteriza igualmente por la confiscación del poder político: a través de dictaduras personales o de un grupo muy limitado; o por medio de una "dictadura" constitucional, donde la libertad de expresión está en principio garantizada, pero donde una clase social minoritaria detenta el poder real, y donde unas decenas de personas (unos elegidos, otros no) dirigen a millones. Este sistema es denominado, lo cual no deja de ser una ironía, “democracia”.
Obviamente, no se pueden negar las múltiples e interesantes ventajas de este último sistema en comparación con las dictaduras "completas". Ninguna relativización de las diferencias fundamentales que existen debe derivarse de este análisis.
Tengamos en cuenta también que es a veces difícil decidir si se debe considerar tal o cual régimen como un sistema "semi-dictatorial, semi-democrático", o simplemente como un régimen dictatorial. El actual régimen de Vladimir Putin es un buen ejemplo del límite a menudo tenue entre lo que se llama erróneamente "democracia", y lo que es denominado con justicia dictadura. En todo caso, es justo e indispensable luchar por la democratización de los sistemas existentes, y defender los elementos democráticos, que han sido conquistados mediante esas luchas.
La falta de democracia no proviene de la naturaleza de los "hombres con poder", sino del hecho mismo de que existan "hombres con poder" y, en consecuencia, hombres y mujeres sin poder, ejerciéndose el poder de los primeros sobre los segundos. La forma de ser de los "hombres de poder" tiene evidentemente un impacto real, pero las estructuras existentes son ya de por sí un obstáculo para una verdadera democracia. El primer obstáculo es la misma existencia de una división jerárquica, de una separación entre dirigentes y dirigidos, que es contraria a la democracia. A continuación, la naturaleza de las instituciones, las cuales, a través de elecciones cada 4 o 5 años, entregan todo el poder a un grupo limitado, por un período de tiempo determinado. Por último, la personalidad y el grado de autoritarismo de los individuos que ejercen el poder tienen, obviamente, también su importancia.
La sociedad está además gangrenada por prejuicios que dividen aún más a los seres humanos. Es el caso del sexismo o también del racismo, que instauran divisiones o incluso odios artificiales, construidas socialmente por culpa de las organizaciones sociales desiguales y alienantes que han existido hasta ahora y que aún hoy existen.
Al contrario, todos los seres humanos podrían y deberían ser ciudadanos del mundo, pudiendo construir un futuro liberado de las fronteras heredadas de unos métodos de dominación que deben ser superados.
Del mismo modo, es posible sustituir el sistema de poder, ejercido hoy por una minoría, por un poder social, una democracia real: el poder del propio pueblo.
A pesar de la cantinela fatalista según la cual toda mejora global sería imposible, existen hoy ya completamente las posibilidades para una emancipación general de los seres humanos del planeta, permitiendo que el lema revolucionario "Libertad - Igualdad - Fraternidad" se convierta en una realidad mundialmente vivida.
Por lo tanto, una pregunta se impone: ¿Cuáles son las perspectivas de emancipación en el siglo XXI? Obviamente es imposible responder por completo a esta cuestión, dado el curso cambiante de la Historia. Se pueden sin embargo aportar ciertos elementos de respuesta.
Es importante para eso hacer una constatación: la herencia política del siglo XX decepcionó numerosas esperanzas del siglo XIX. Para mejorar la conciencia sobre las posiblidades futuras, es indispensable conocer y comprender el pasado - y en consecuencia el presente.
Esta voluntad de emancipación no es en efecto nueva, y en particular en los siglos XIX y XX se buscó bajo el nombre de socialismo. En la actualidad sucede que la palabra "socialismo" parece ya no significar mucho, o incluso incluye lo contrario de lo que significa.
Según la definición de Karl Marx, el socialismo consiste en que "la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus conflictos de clases, deja paso a una asociación donde el libre desarrollo de cada uno es la condición del libre desarrollo de todos."[ii] Hay que reconocer que la gran mayoría de los políticos que nos hablan de socialismo no tienen absolutamente nada de eso en mente: la palabra socialismo sigue empleándose, pero los que se dicen "socialistas" niegan en su práctica esta síntesis de Marx - ¡aunque a veces se pretendan "discípulos" de Marx!
El término, así pues, demasiado a menudo se interpreta en relación a las traiciones cometidas bajo la máscara del "socialismo" (o del "comunismo"), y no en relación al contenido real de estos conceptos. Se trata de un hecho deplorable, pero que en efecto se produce y en consecuencia debe ser tenido en cuenta.
En la herencia del siglo XX encontramos, en particular, la cuestión de que el estatismo - que a veces se asimiló de manera falsa al "socialismo" - mostró en la práctica su fracaso, en particular en su forma leninista de capitalismo de Estado, y también en su forma "socialdemócrata" de gestión del capitalismo tradicional (capitalismo de mercado) - sin hablar de los regímenes que se decían conservadores abiertamente. La refutación histórica se añade así a la refutación teórica, de por sí evidente; citemos por ejemplo a Maximilien Rubel: "No veo en el socialismo a una empresa de planificación y nacionalización oficiales; es incluso lo contrario del socialismo."[iii]
Así pues, es necesario tomar nota de que en el movimiento obrero del siglo XX aparecieron tendencias que se inspiraban en concepciones ajenas al socialismo y al comunismo, y opuestas a éstos. Estas corrientes acabaron tirándose piedras sobre su propio tejado, o incluso luchando en realidad contra sus propios intereses (véase el caso extremo del estalinismo, enemigo en su esencia misma del movimiento obrero).
Por ejemplo, el internacionalismo, una de las bases indispensables del socialismo, a menudo se vació de su sentido real, que no es sino el objetivo concreto de un mundo sin patrias ni fronteras.
Por lo que se refiere a los métodos, las ilusiones que tuvieron algunos "socialistas", sobre los "golpes de manos" y las "minorías activas", pertenecen esencialmente al pasado, incluso si siguen dejando secuelas desgraciadamente en algunas corrientes que se reivindican erróneamente del socialismo. Las acciones de estas corrientes sólo hicieron y no hacen más que probar, frente a sus prácticas, la validez del principio según el cual "la emancipación de los trabajadores debe ser la obra de los propios trabajadores".
La transformación socialista de la sociedad no puede encontrar "atajos", y no tiene - en la sociedad jerárquico-capitalista tal como es – otra alternativa que el recurso a un proceso revolucionario de democratización y conquista de la igualdad, proceso que exige la intervención consciente de la mayoría de la población.
Por último, la experiencia mostró el carácter eminentemente nocivo de la lógica de aparato, que conduce a la burocratización. Cuando las condiciones de existencia de una persona dependen del puesto que puede ocupar (liberado permanente, cargo electo,...), es decir, cuando una posición obtenida por la política le garantiza sus condiciones de vida, entonces se vicia todo por adelantado - cualesquiera que sean por otra parte las calidades iniciales de los que llegan a estos puestos (aunque es correcto que "el poder atrae a los corruptibles").
Es pues un deber revolucionario luchar contra las organizaciones jerárquicas, contra las direcciones que deciden en lugar de los militantes, contra la existencia de cargos permanentes asalariados, contra todos los "jefes" que, si existen, tienden a sustituir antes o después al movimiento real. Es un deber permanente eliminar toda tendencia a la burocratización, evitar que la actividad política conlleve privilegios, que las estructuras (políticas o sindicales, en particular), creadas inicialmente para el interés común, se conviertan en aparatos que luchan en primer lugar y sobre todo, o incluso exclusivamente, por su propia supervivencia y desarrollo.
La democracia debe respetarse lo más escrupulosamente posible en las estructuras de lucha, debe ser un objetivo permanente en el movimiento emancipador y, sobre todo, ser un objetivo para el conjunto de la sociedad. La democracia sigue siendo un proyecto futuro, puesto que "nunca hemos conocido nada que se asemeje aún de lejos a una democracia".[iv]
No ceder al "ultracentralismo" es una necesidad. Una centralización de las informaciones es indispensable, pero no es inevitable una centralización de las decisiones. Las organizaciones que luchan por la emancipación deben estar constituidas por iguales, lo que implica un esfuerzo permanente de formación, y una práctica de libre debate y elaboración colectiva. Una gran flexibilidad debe permitir adaptarse a las distintas circunstancias y respetar las opiniones divergentes, sin por ello renunciar a los principios fundamentales que deben guiar la acción global.
He aquí lo que escribía Karl Marx en 1864: "Considerando: que la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los propios trabajadores; que los esfuerzos de los trabajadores para conquistar su emancipación no deben tender a constituir nuevos privilegios, sino a establecer para todos derechos y deberes iguales y a destruir la soberanía de toda clase"[v]. Es una base que puede aún inspirar las movilizaciones para la transformación del mundo.
El movimiento por la emancipación debe tener en cuenta el conjunto de las exigencias emancipadoras (en primer lugar las democráticas, anticapitalistas, antisexistas, libertarias, igualitarias), debe ser un vasto reagrupamiento que tome conciencia de su objetivo universal, de las exigencias que eso implica tanto en términos de objetivos como de medios. El objetivo es eliminar todas las violencias: sociales, económicas y físicas - violencias que a menudo coinciden.
Un proceso revolucionario democrático y social a escala mundial es actualmente indispensable para obtener la conquista de la democracia real, y un cambio radical de la organización económica y social.
Este proceso no puede alcanzar sus objetivos si no se lleva a cabo como creación colectiva, donde espontaneidad y conciencia se completen, donde teoría y lucha práctica formen un conjunto coherente que avance al unísono.
Los medios para llegar a una sociedad liberada son, en efecto, los de un movimiento social emancipador mayoritario que tome conciencia de la naturaleza de la sociedad actual y de sus límites. Para realizar esta transformación del mundo a veces es necesario ir más allá de los prejuicios y preconcepciones de la ideología dominante, que está firmemente establecida. La organización actual del mundo se hace pasar como evidente e insuperable, lo que es falso en los dos casos; pero eso contribuye a que parezcan imposibles importantes mejoras a través de una transformación de las estructuras mismas de la sociedad. Ante esta propaganda encaminada a perpetuar el sistema actual, sus privilegios y sus desigualdades, "es necesario comprender para actuar, y naturalmente, actuar para comprender"[vi]. La conciencia permite reforzar la acción, y es en la acción que la conciencia puede desarrollarse plenamente.
Por lo que se refiere al cambio en el modo de producción, la abolición del capitalismo es un proceso que deberá pasar, en particular, por la socialización, la apropiación colectiva (y no estatal) de los grandes medios de producción. Este final de la dictadura económica, inherente al capitalismo y a todo sistema económico jerárquico, es uno de los elementos fundamentales que permitirá llegar a la realización efectiva de la democracia.
Una revolución social emancipadora, que pudiera producirse en el siglo XXI (o más tarde si las evoluciones y los acontecimientos nos fueran desfavorables), se correspondería con un largo proceso de abolición de las relaciones de producción capitalistas: coacción laboral, funcionamiento jerárquico, desigualdades sociales.
Se trata obviamente de arremeter contra el sistema, y no contra las personas. Los medios de transformación social deben estar en permanente coherencia con los objetivos buscados. La fórmula "el fin justifica los medios" sólo sirve para camuflar la traición al objetivo final (sea esta traición consciente o no): esta fórmula debe pues rechazarse y combatirse.
Para que salga adelante, un proceso de democratización y autoemancipación de la sociedad mundial deberá demostrar suficiente creatividad e invención colectivas para permitir la abolición del dinero, las mercancías, y las clases sociales.
La igualdad, que no es en ningún caso la uniformidad, implicará inevitablemente para la actual minoría privilegiada una reducción de su "tren de vida", pero también y sobre todo el final de una posición alienante (volviéndose iguales, y ya no explotadores como en la actualidad - y esto aunque sean privados de la voluntad de explotar). Salvo estas pocas excepciones, el movimiento emancipador debe adoptar como regla permanente que todo cambio, toda modificación sea, para todos y para cada uno, al menos equivalente, y por supuesto, si es posible, que mejore - y esto cualesquiera que sean las circunstancias.
Este resultado dejaría abierto un extenso campo de posibilidades diferentes, teniendo como base una sociedad mundial libre, igualitaria y fraternal.
En efecto, esta superación de la era jerárquica-capitalista permitiría a distintos tipos de sociedades existir y abrirse, siendo su base común que estuvieran formadas por individuos emancipados, libres e iguales.
Esta autoemancipación permitiría ir hacia la "pacificación de la existencia" de la que hablaba Herbert Marcuse: "Pacificación de la existencia, quiere decir el desarrollo de la lucha del hombre con el hombre y con la naturaleza, bajo condiciones en que las necesidades, los deseos y las aspiraciones competitivas no estén ya organizados por intereses creados de dominación y escasez, en una organización que perpetúa las formas destructivas de esta lucha.”[vii]
La satisfacción de las necesidades elementales para todos es en efecto un objetivo deseable y realizable, pero que requiere transformar las estructuras de la sociedad.
Un análisis lúcido, liberado de las ilusiones que a menudo se tienen, pone de manifiesto que vivimos en una sociedad mundial injusta y violenta. El orden económico que reina por todas partes en el mundo se basa en el sistema del salariado, es decir, una organización desigual y peligrosa (más de 2 millones de muertes al año[i]) de un trabajo generalmente obligado.
El salariado es en efecto uno de los pilares del capitalismo, forma económica cuyo reino es mundial, y que modela la sociedad conforme a sus valores intrínsecos: competencia, enfrentamiento, precariedad, salariado, explotación. La historia ha puesto de manifiesto que, a pesar de las diferencias reales, todas las formas de capitalismo son injustas, violentas, e inestables.
Así pues, esta sociedad está dominada ante todo por desigualdades de una intensidad increíble. Corolario de la constatación anterior, la sociedad mundial se caracteriza igualmente por la confiscación del poder político: a través de dictaduras personales o de un grupo muy limitado; o por medio de una "dictadura" constitucional, donde la libertad de expresión está en principio garantizada, pero donde una clase social minoritaria detenta el poder real, y donde unas decenas de personas (unos elegidos, otros no) dirigen a millones. Este sistema es denominado, lo cual no deja de ser una ironía, “democracia”.
Obviamente, no se pueden negar las múltiples e interesantes ventajas de este último sistema en comparación con las dictaduras "completas". Ninguna relativización de las diferencias fundamentales que existen debe derivarse de este análisis.
Tengamos en cuenta también que es a veces difícil decidir si se debe considerar tal o cual régimen como un sistema "semi-dictatorial, semi-democrático", o simplemente como un régimen dictatorial. El actual régimen de Vladimir Putin es un buen ejemplo del límite a menudo tenue entre lo que se llama erróneamente "democracia", y lo que es denominado con justicia dictadura. En todo caso, es justo e indispensable luchar por la democratización de los sistemas existentes, y defender los elementos democráticos, que han sido conquistados mediante esas luchas.
La falta de democracia no proviene de la naturaleza de los "hombres con poder", sino del hecho mismo de que existan "hombres con poder" y, en consecuencia, hombres y mujeres sin poder, ejerciéndose el poder de los primeros sobre los segundos. La forma de ser de los "hombres de poder" tiene evidentemente un impacto real, pero las estructuras existentes son ya de por sí un obstáculo para una verdadera democracia. El primer obstáculo es la misma existencia de una división jerárquica, de una separación entre dirigentes y dirigidos, que es contraria a la democracia. A continuación, la naturaleza de las instituciones, las cuales, a través de elecciones cada 4 o 5 años, entregan todo el poder a un grupo limitado, por un período de tiempo determinado. Por último, la personalidad y el grado de autoritarismo de los individuos que ejercen el poder tienen, obviamente, también su importancia.
La sociedad está además gangrenada por prejuicios que dividen aún más a los seres humanos. Es el caso del sexismo o también del racismo, que instauran divisiones o incluso odios artificiales, construidas socialmente por culpa de las organizaciones sociales desiguales y alienantes que han existido hasta ahora y que aún hoy existen.
Al contrario, todos los seres humanos podrían y deberían ser ciudadanos del mundo, pudiendo construir un futuro liberado de las fronteras heredadas de unos métodos de dominación que deben ser superados.
Del mismo modo, es posible sustituir el sistema de poder, ejercido hoy por una minoría, por un poder social, una democracia real: el poder del propio pueblo.
A pesar de la cantinela fatalista según la cual toda mejora global sería imposible, existen hoy ya completamente las posibilidades para una emancipación general de los seres humanos del planeta, permitiendo que el lema revolucionario "Libertad - Igualdad - Fraternidad" se convierta en una realidad mundialmente vivida.
Por lo tanto, una pregunta se impone: ¿Cuáles son las perspectivas de emancipación en el siglo XXI? Obviamente es imposible responder por completo a esta cuestión, dado el curso cambiante de la Historia. Se pueden sin embargo aportar ciertos elementos de respuesta.
Es importante para eso hacer una constatación: la herencia política del siglo XX decepcionó numerosas esperanzas del siglo XIX. Para mejorar la conciencia sobre las posiblidades futuras, es indispensable conocer y comprender el pasado - y en consecuencia el presente.
Esta voluntad de emancipación no es en efecto nueva, y en particular en los siglos XIX y XX se buscó bajo el nombre de socialismo. En la actualidad sucede que la palabra "socialismo" parece ya no significar mucho, o incluso incluye lo contrario de lo que significa.
Según la definición de Karl Marx, el socialismo consiste en que "la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus conflictos de clases, deja paso a una asociación donde el libre desarrollo de cada uno es la condición del libre desarrollo de todos."[ii] Hay que reconocer que la gran mayoría de los políticos que nos hablan de socialismo no tienen absolutamente nada de eso en mente: la palabra socialismo sigue empleándose, pero los que se dicen "socialistas" niegan en su práctica esta síntesis de Marx - ¡aunque a veces se pretendan "discípulos" de Marx!
El término, así pues, demasiado a menudo se interpreta en relación a las traiciones cometidas bajo la máscara del "socialismo" (o del "comunismo"), y no en relación al contenido real de estos conceptos. Se trata de un hecho deplorable, pero que en efecto se produce y en consecuencia debe ser tenido en cuenta.
En la herencia del siglo XX encontramos, en particular, la cuestión de que el estatismo - que a veces se asimiló de manera falsa al "socialismo" - mostró en la práctica su fracaso, en particular en su forma leninista de capitalismo de Estado, y también en su forma "socialdemócrata" de gestión del capitalismo tradicional (capitalismo de mercado) - sin hablar de los regímenes que se decían conservadores abiertamente. La refutación histórica se añade así a la refutación teórica, de por sí evidente; citemos por ejemplo a Maximilien Rubel: "No veo en el socialismo a una empresa de planificación y nacionalización oficiales; es incluso lo contrario del socialismo."[iii]
Así pues, es necesario tomar nota de que en el movimiento obrero del siglo XX aparecieron tendencias que se inspiraban en concepciones ajenas al socialismo y al comunismo, y opuestas a éstos. Estas corrientes acabaron tirándose piedras sobre su propio tejado, o incluso luchando en realidad contra sus propios intereses (véase el caso extremo del estalinismo, enemigo en su esencia misma del movimiento obrero).
Por ejemplo, el internacionalismo, una de las bases indispensables del socialismo, a menudo se vació de su sentido real, que no es sino el objetivo concreto de un mundo sin patrias ni fronteras.
Por lo que se refiere a los métodos, las ilusiones que tuvieron algunos "socialistas", sobre los "golpes de manos" y las "minorías activas", pertenecen esencialmente al pasado, incluso si siguen dejando secuelas desgraciadamente en algunas corrientes que se reivindican erróneamente del socialismo. Las acciones de estas corrientes sólo hicieron y no hacen más que probar, frente a sus prácticas, la validez del principio según el cual "la emancipación de los trabajadores debe ser la obra de los propios trabajadores".
La transformación socialista de la sociedad no puede encontrar "atajos", y no tiene - en la sociedad jerárquico-capitalista tal como es – otra alternativa que el recurso a un proceso revolucionario de democratización y conquista de la igualdad, proceso que exige la intervención consciente de la mayoría de la población.
Por último, la experiencia mostró el carácter eminentemente nocivo de la lógica de aparato, que conduce a la burocratización. Cuando las condiciones de existencia de una persona dependen del puesto que puede ocupar (liberado permanente, cargo electo,...), es decir, cuando una posición obtenida por la política le garantiza sus condiciones de vida, entonces se vicia todo por adelantado - cualesquiera que sean por otra parte las calidades iniciales de los que llegan a estos puestos (aunque es correcto que "el poder atrae a los corruptibles").
Es pues un deber revolucionario luchar contra las organizaciones jerárquicas, contra las direcciones que deciden en lugar de los militantes, contra la existencia de cargos permanentes asalariados, contra todos los "jefes" que, si existen, tienden a sustituir antes o después al movimiento real. Es un deber permanente eliminar toda tendencia a la burocratización, evitar que la actividad política conlleve privilegios, que las estructuras (políticas o sindicales, en particular), creadas inicialmente para el interés común, se conviertan en aparatos que luchan en primer lugar y sobre todo, o incluso exclusivamente, por su propia supervivencia y desarrollo.
La democracia debe respetarse lo más escrupulosamente posible en las estructuras de lucha, debe ser un objetivo permanente en el movimiento emancipador y, sobre todo, ser un objetivo para el conjunto de la sociedad. La democracia sigue siendo un proyecto futuro, puesto que "nunca hemos conocido nada que se asemeje aún de lejos a una democracia".[iv]
No ceder al "ultracentralismo" es una necesidad. Una centralización de las informaciones es indispensable, pero no es inevitable una centralización de las decisiones. Las organizaciones que luchan por la emancipación deben estar constituidas por iguales, lo que implica un esfuerzo permanente de formación, y una práctica de libre debate y elaboración colectiva. Una gran flexibilidad debe permitir adaptarse a las distintas circunstancias y respetar las opiniones divergentes, sin por ello renunciar a los principios fundamentales que deben guiar la acción global.
He aquí lo que escribía Karl Marx en 1864: "Considerando: que la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los propios trabajadores; que los esfuerzos de los trabajadores para conquistar su emancipación no deben tender a constituir nuevos privilegios, sino a establecer para todos derechos y deberes iguales y a destruir la soberanía de toda clase"[v]. Es una base que puede aún inspirar las movilizaciones para la transformación del mundo.
El movimiento por la emancipación debe tener en cuenta el conjunto de las exigencias emancipadoras (en primer lugar las democráticas, anticapitalistas, antisexistas, libertarias, igualitarias), debe ser un vasto reagrupamiento que tome conciencia de su objetivo universal, de las exigencias que eso implica tanto en términos de objetivos como de medios. El objetivo es eliminar todas las violencias: sociales, económicas y físicas - violencias que a menudo coinciden.
Un proceso revolucionario democrático y social a escala mundial es actualmente indispensable para obtener la conquista de la democracia real, y un cambio radical de la organización económica y social.
Este proceso no puede alcanzar sus objetivos si no se lleva a cabo como creación colectiva, donde espontaneidad y conciencia se completen, donde teoría y lucha práctica formen un conjunto coherente que avance al unísono.
Los medios para llegar a una sociedad liberada son, en efecto, los de un movimiento social emancipador mayoritario que tome conciencia de la naturaleza de la sociedad actual y de sus límites. Para realizar esta transformación del mundo a veces es necesario ir más allá de los prejuicios y preconcepciones de la ideología dominante, que está firmemente establecida. La organización actual del mundo se hace pasar como evidente e insuperable, lo que es falso en los dos casos; pero eso contribuye a que parezcan imposibles importantes mejoras a través de una transformación de las estructuras mismas de la sociedad. Ante esta propaganda encaminada a perpetuar el sistema actual, sus privilegios y sus desigualdades, "es necesario comprender para actuar, y naturalmente, actuar para comprender"[vi]. La conciencia permite reforzar la acción, y es en la acción que la conciencia puede desarrollarse plenamente.
Por lo que se refiere al cambio en el modo de producción, la abolición del capitalismo es un proceso que deberá pasar, en particular, por la socialización, la apropiación colectiva (y no estatal) de los grandes medios de producción. Este final de la dictadura económica, inherente al capitalismo y a todo sistema económico jerárquico, es uno de los elementos fundamentales que permitirá llegar a la realización efectiva de la democracia.
Una revolución social emancipadora, que pudiera producirse en el siglo XXI (o más tarde si las evoluciones y los acontecimientos nos fueran desfavorables), se correspondería con un largo proceso de abolición de las relaciones de producción capitalistas: coacción laboral, funcionamiento jerárquico, desigualdades sociales.
Se trata obviamente de arremeter contra el sistema, y no contra las personas. Los medios de transformación social deben estar en permanente coherencia con los objetivos buscados. La fórmula "el fin justifica los medios" sólo sirve para camuflar la traición al objetivo final (sea esta traición consciente o no): esta fórmula debe pues rechazarse y combatirse.
Para que salga adelante, un proceso de democratización y autoemancipación de la sociedad mundial deberá demostrar suficiente creatividad e invención colectivas para permitir la abolición del dinero, las mercancías, y las clases sociales.
La igualdad, que no es en ningún caso la uniformidad, implicará inevitablemente para la actual minoría privilegiada una reducción de su "tren de vida", pero también y sobre todo el final de una posición alienante (volviéndose iguales, y ya no explotadores como en la actualidad - y esto aunque sean privados de la voluntad de explotar). Salvo estas pocas excepciones, el movimiento emancipador debe adoptar como regla permanente que todo cambio, toda modificación sea, para todos y para cada uno, al menos equivalente, y por supuesto, si es posible, que mejore - y esto cualesquiera que sean las circunstancias.
Este resultado dejaría abierto un extenso campo de posibilidades diferentes, teniendo como base una sociedad mundial libre, igualitaria y fraternal.
En efecto, esta superación de la era jerárquica-capitalista permitiría a distintos tipos de sociedades existir y abrirse, siendo su base común que estuvieran formadas por individuos emancipados, libres e iguales.
Esta autoemancipación permitiría ir hacia la "pacificación de la existencia" de la que hablaba Herbert Marcuse: "Pacificación de la existencia, quiere decir el desarrollo de la lucha del hombre con el hombre y con la naturaleza, bajo condiciones en que las necesidades, los deseos y las aspiraciones competitivas no estén ya organizados por intereses creados de dominación y escasez, en una organización que perpetúa las formas destructivas de esta lucha.”[vii]
La satisfacción de las necesidades elementales para todos es en efecto un objetivo deseable y realizable, pero que requiere transformar las estructuras de la sociedad.
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