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    Listas "abiertas", "ciberdemocracia", otras chorradas, y reformas electorales del PP. O de cuando la indigencia intelectual de la izquierda le hace el juego al fascismo capitalista

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    Post  luxemburguista Fri Jul 11, 2014 5:40 am

    Advertencia preliminar: absténganse de leer esto quienes gusten de un lenguaje amable y del “buenrollismo” imperante. O no digan después que no se les avisó.

    Temperamentos sensibles lamentarán, una vez más, que “los marxistas se combatan entre sí”, que se ataque a “autoridades” prestigiosas. Pero el marxismo no es una docena de personas que se conceden unas a otras el derecho a actuar de “expertos”, y ante los cuales la masa de los creyentes haya de morir con ciega confianza.
    El marxismo es una concepción revolucionaria que pugna constantemente por alcanzar nuevos conocimientos, que odia, sobre todas las cosas, el estancamiento de las fórmulas fijas, que conserva su fuerza viva y creadora, en el chocar espiritual de armas de la propia crítica y en los rayos y truenos históricos. Por eso estoy de acuerdo con Lessing, que escribía a Reimarus:
    “¡Pero qué se ha de hacer! Que cada cual diga lo que se le antoje verdad, y que la verdad misma sea recomendada a Dios.”
    (Rosa Luxemburgo: La acumulación del capital o en qué han convertido los epígonos la teoría de Marx. Crítica de las Críticas)

    Durante estos últimos tiempos, hemos tenido que soportar multitud de ¿propuestas novedosas? que nos invitaban a "democratizar" la sociedad. Evidentemente, responden a una evidencia que está detrás de 2 de las consignas o lemas más repetidos desde el 15M: ¡No nos representan! y ¡Lo llaman democracia y no lo es! Por más que esos lemas se hayan demostrado con el tiempo ambiguos (una ambigüedad que algunos ya denunciamos en su momento que era mantenida por ciertos sectores de manera interesada), reflejaban y reflejan un cuestionamiento, cada vez más masivo, del sistema político-institucional que padecemos.

    Desde ciertos sectores de los movimientos sociales se han formulado propuestas que argüían la necesidad de extender lo que se denomina "ciberdemocracia": la utilización de las herramientas informáticas en la participación ciudadana y en los procesos de toma de decisiones políticas. Quizás los ejemplos más claros (pero para nada únicos) de esta "democracia 2.0" sean el Partido X (sus propuestas y su propio funcionamiento) y los últimos acontecimientos vividos por Podemos.
    Pero los mayores debates y las más difundidas propuestas han girado en torno a las "listas abiertas" para la elección de los cargos públicos, frente al sistema tradicional, denominado por muchos "partitocracia". Si uno observa lo que se dice en los medios de comunicación (desde los habituales hasta muchos de los "alternativos") y lo que se defiende por la práctica totalidad de las organizaciones políticas (me refiero a las "grandes", que progresivamente “se suman a este carro”) parece evidente que esto de las "listas abiertas" se admite como una mejora clara por la mayoría.
    Algunos, todo hay que decirlo, adornan estas propuestas con menciones a la revocabilidad de los cargos. Pero sólo hay que ver cómo no dicen nunca cuál será el mecanismo concreto de revocabilidad para darse cuenta de que son sólo brindis al sol dirigidos a tratar de conformar a los sectores más izquierdistas o que puedan conservar algo de memoria de lo que fueron las tradicionales consignas y prácticas del movimiento obrero.

    Pues bien. Ahora el gobierno del PP también se suma a la " fiesta de la regeneración democrática", con una propuesta que, curiosamente, disgusta a quienes plantean las propuestas antes reseñadas. Se trata de la elección directa de los alcaldes y presidentes regionales, a través de unas reformas legales que garanticen que ocuparán esos cargos los candidatos de las fuerzas políticas más votadas. Pero eso no gusta a los "críticos" de esta "democracia", que denuncian que es una artimaña para que el PP siga gobernando en esas instituciones. No dicen, evidentemente, que para eso el PP debería seguir siendo la fuerza más votada en la elección de la que se hable. Y no lo dicen porque sería admitir su propio carácter minoritario, su incapacidad para convencer a la mayoría, o para realizar la tan cacareada “unión de las izquierdas”. En el fondo es una reedición de las críticas tradicionales de I.U. a los repartos impuestos por la ley electoral. Unas críticas que no eran sino un reconocimiento de su impotencia y un lloriqueo infantil por no tener todos los carguitos que ansiaban. Porque, si la norma es igual para todos (que lo es), sólo se trataba de ganar en el juego.

    Mi planteamiento es muy claro: ¿No queríais listas abiertas para elegir directamente a vuestros “representantes” (léase mandamases o amos)? Pues ¡tomad listas abiertas! Porque ahora llegan los fascistas del PP (y los del PSOE) y se aprovechan de vuestra labor. ¡Porque habéis trabajado para ellos!

    Algunos (bastantes, por más que no salgamos ni en los medios del poder ni tampoco en muchos de los "alternativos") seguimos defendiendo que el problema es el sistema capitalista. Y, frente al post-moderno “ciudadanismo” en todas sus variantes, que ese sistema se dirime esencialmente en el ámbito de la producción material, en los centros de trabajo. Y para nada en la alienada soledad del ordenador de cada uno, ni en la aún más alienada del móvil, o en las redes A-sociales. Del mismo modo que defendemos que las instituciones que padecemos responden a una lógica, la de la representatividad, que es funcional al sistema capitalista. Por eso no queremos otras formas de representatividad, ni cerradas, ni abiertas, ni de ningún tipo. Queremos otro sistema que excluya toda delegación de poder, toda representatividad. Y sabemos que ese otro sistema sólo puede tener su base en una verdadera democracia proletaria en los centros de trabajo, lo que implica, necesariamente, la expropiación de todos los medios de producción (los centros de trabajo) a manos del proletariado.

    Y algunos (quizás no tantos) sabemos que lo que hay detrás de todas esas “propuestas novedosas” es la aceptación de la delegación y la representatividad. Y que esas propuestas sólo podían y pueden llevar a un sitio: el bonapartismo, la antesala de la tiranía, que es lo que ahora plantea el PP, pero en un clado de cultivo estúpidamente alimentado por la ¿izquierda? Quizás sea porque nos dio por leer a Marx y por recordarlo. O por cualquier otro motivo. Pero lo cierto es que no venimos ahora a “inventar la rueda”, que es lo que el analfabetismo político (adjetivo que curiosamente significa ciudadano) está intentando hacer, de la mano de un cada vez más grosero oportunismo. Al menos yo prefiero aprender de quienes sí que dijeron cosas significativas y esclarecedoras sobre el funcionamiento real del sistema capitalista y sus instituciones, en lugar de hacer gala de ese anti-intelectualismo tan de moda desde hace unos años. O de su sólo-supuesto contrario, la lerda verborrea post-moderna. En realidad produce tristeza que digan más sobre el presente textos de hace incluso 150 o más 200 años que las tonterías que hoy se pueden escuchar.

    Esas listas “abiertas” tienen un referente histórico en la primera experiencia “democrática”, la ateniense de hace 25 siglos. Entonces y allí se elegía por sorteo a quienes quedaban encargados no de ejercer el poder, sino de preparar los órdenes del día de las Asambleas ciudadanas y de velar por el cumplimiento de sus acuerdos. También se elegía por sorteo a los jueces. Para aquellos atenienses no había delegación de poder, ni separación de poderes, ni ninguna de las características del actual sistema burgués. Pese a lo cual, más que de democracia habría que hablar de demagogia ateniense, porque las desigualdades económico-sociales siempre fueron una barrera infranqueable para lograr una verdadera igualdad (más allá de la isonomía, la “igualdad” ante la ley). No obstante, si lo comparamos con lo que hay hoy, con el régimen parlamentario burgués, probablemente a muchos aquella experiencia ateniense, con todas sus limitaciones, le suene a Jauja.

    Podríamos preguntarnos, ¿por qué no proponen, los partidarios de la “democratización”, el sorteo como forma de elección de los representantes? ¿No somos todos iguales? Y, ya que pregonan el poder del pueblo (que eso significa democracia), e incluso el “mandar obedeciendo” (oxímoron-consigna sólo apta para verdaderos imbéciles), ¿no dará igual quién ocupe el cargo institucional, si va a hacer lo que sus “obedientes mandadores” le digan que haga?

    ¿O es que, por el contrario, piensan que no somos todos iguales? ¿O es que prefieren gobiernos “de sabios” como el antidemocrático Platón? La tecnocracia (que tan bien encarna el discurso del Partido X) es una herramienta de poder capitalista. Como lo es también el aprovechamiento de la “autoridad moral” (la auctoritas que puedan haber alcanzado muchos activistas sociales “reconocidos”) para obtener poder (potestas e imperium). Porque eso es lo que, con buena o mala intención, se obtendrá presentando a cargos del entramado institucional burgués a esos activistas. Da igual que sea Ada Colau, el ex-guerrillero presidente del Uruguay, o la también ex-guerrillera presidenta del Brasil o el mediático tertuliano Pablo Iglesias. Los cargos (y el poder que llevan aparejados) será suyos y sólo suyos. Más aún si han sido elegidos “abiertamente”, porque eso es una forma de “democracia plebiscitaria” que fomenta un personalismo que luego deriva en tiranía. Es curioso que se critique la “partitocracia” como antidemocrática para pedir a renglón seguido algo aún más anti-democrático. En lugar de eso, quizás sería interesante que se plantearan (quienes tan preocupados están por esas cuestiones) que les iría mejor que los cargos nunca fueran personales, de personas, sino “propiedad” de los partidos. Por lo menos estarían en manos de unos colectivos concretos en los que se puede participar.

    Luego vienen las decepciones y el desánimo. Lean a Rousseau, a Marx y a Engels, y a otros cuantos, y verán como no los pilla desprevenidos. O escarmientan en cabeza ajena, única forma de vida inteligente.

    Quienes hayan llegado hasta aquí en la lectura de este texto, además de criticar la “rabia” que lo mueve (más que real), preguntarán: ¿y entonces qué? ¿Qué alternativas se proponen? O, más directamente: ¿qué coño hacemos? Pues si esperan un libro de instrucciones, que esperen sentados. Porque ni hay ni habrá. Lo que sí que hay es toda una Historia (la del movimiento obrero, no otra) de la que aprender. Especialmente de aquellos caminos que, transitados, alejaron del objetivo emancipador. Por aquello de no chocar con la misma piedra otra vez. Pero también de aquellos que nos proporcionaron “victorias”, por más pequeñas que fuesen y por más que, una vez tras otra, la frase del Manifiesto Comunista de demuestre válida: “Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera.“

    De esos “triunfos” podemos aprender en primer lugar que fueron arrancados. Es lo que tiene el capitalismo como expresión actual de la lucha/guerra de clases. Así que quien piense que sin lucha se consiguen cosas, que piense que no está pensando realmente. Y arrancar no es un acto precisamente de carácter “pacífico”, sino de imposición, de “violencia”. Así que habrá que darse cuenta de que pedir sirve de bien poco, y que se trata de forzar al “otro” (a la burguesía) a aceptar lo que no quiere. Y que esa imposición la imponen (valga la reiteración) los trabajadores, el proletariado (cualquier parte de él o su totalidad), y no toda esa pléyade de inexistentes “nuevos sujetos revolucionarios” de los que nos hablan los intelectualmente indigentes post-modernos. Porque, en el capitalismo, las dos clases sociales que se lo juegan todo son la burguesía y el proletariado. El resto de grupos sociales son residuos de las sociedades pre-capitalistas, en camino de convertirse en burguesía (muy pocos) o proletarios (la inmensa mayoría).

    Así ha sido a los largo de la historia del capitalismo. Y lo va a seguir siendo, nos guste más o menos, mientras no destruyamos ese capitalismo. Hasta sus cimientos. Porque ésa es otra lección de la Historia: no hay capitalismo “bueno”, ni uno liberal/neo-liberal frente a otro “keynesiano/neo-keynesiano/intervenido”. El capitalismo siempre es capitalismo y tiene unas reglas estrictas de funcionamiento, por más que puedan parecer contradictorias e incluso absurdas. Al respecto puede leerse a Marx y a Engels. Y a Rosa Luxemburgo.

    También podemos aprender algo que nos legaron quienes, desde el movimiento obrero, se plantearon la participación en las elecciones parlamentarias burguesas como medio de lucha. Los hubo que, como la mayoría de quienes lo hacen ahora, pensaron que era la vía de modificar realmente el estado de cosas. Entonces (y ahora) se les llamó reformistas, porque plantearon que, desde dentro del propio sistema capitalista (usando sus instituciones), sin derribarlo por la vía revolucionaria (creando otras instituciones), se podría transitar a una sociedad distinta. Es la aceptación del parlamentarismo como estrategia, como método. ¿Cuántas veces se ha demostrado falsa esta concepción? Eso sí: muy apta para desesperados a la búsqueda de atajos. Unos atajos que sólo demuestran que la transformación social no admite atajo alguno.

    Frente a ellos hubo (y hay) otros que rechazaron (y rechazan) de plano toda participación en elecciones burguesas. Y hubo otros que, sin considerarlo ninguna estrategia para la transformación social, sí que plantearon el uso táctico de la participación en las elecciones. Dependiendo de la situación concreta en que se producían esas elecciones, podía ser “interesante” (o no) participar en ellas, presentarse o llamar a votar a tal o cual opción,... Para hacer propaganda fundamentalmente. Pero también para bloquear, obstaculizar,…, esas mismas instituciones con los parlamentarios electos. Incluso paralizando su funcionamiento “normal” (léase funcional al sistema capitalista), para fomentar una especie de “caos institucional”. Con estos me sitúo yo. Pero porque también nos dieron unas “maneras” claras de lo que implicaba esa participación en elecciones burguesas. De entrada, no se podía engañar a la gente ofreciéndole falsas esperanzas para recabar sus apoyos (votos). Por el contrario, había que expresar clara y explícitamente para qué se presentaban esas opciones electorales (para hacer esa propaganda, para ejercer esos bloqueos,…). En ningún caso para cambiar nada verdaderamente importante desde las instituciones burguesas, porque ningún cambio verdaderamente importante vendrá sin revolución. Sabían (y algunos lo recordamos) que del propio capitalismo, de su funcionamiento “normal”, sólo podía salir más capitalismo. Hasta que ese sistema alcanzase sus límites históricos, cuando de él emergería otro sistema social, la Barbarie. Para construir una verdadera alternativa a eso, sólo cabía (y cabe) la Revolución Social. Que consiste en un proceso de luchas, cada vez más masivas (lo que los luxemburguistas llamamos Huelga de Masas), cuyo recorrido y desenlace no podemos conocer de antemano, y que sólo podemos colaborar a desarrollar.

    Para terminar, si nos situamos en la realidad del estado español ahora, podríamos hacernos varias preguntas. ¿No nos han enseñado nada décadas de propuestas reformistas, protagonizadas especialmente por I.U., como para reeditar ese reformismo en las más variadas formas, sea Equo, Partido X, Podemos,…? En un momento de auge inmenso de las luchas como vivimos, ¿de verdad que no nos produce al menos recelos que hayan aparecido tantas opciones electorales que nos vuelven a llevar al evidente callejón sin salida del parlamentarismo? Para unas elecciones tan inútiles como las europeas, y en ese contexto de auge y radicalización de las luchas, ¿de verdad que no era un momento para llamar a la abstención e incluso al boicot? Quienes han aprovechado el momento para obtener escaños, ¿de verdad que no son unos oportunistas?

    Ahora vendrán las municipales y autonómicas. Y luego las generales. El PP (y el PSOE y otros, por más que no les haga falta dar la cara) avanzarán más en su respuesta fascista a las luchas populares contra la crisis. Con sus reformas electorales y con sus leyes represivas. En muchos lugares se están preparando ya formaciones electorales desde las organizaciones de la izquierda y los movimientos sociales. Más allá de que en este caso habrá que “descender” a los niveles concretos (porque las realidades son y serán muy diferentes), ¿no se van a dejar claras por parte de esos proyectos las limitaciones más que evidentes de la “conquista” de tal o cual alcaldía o incluso de algún gobierno autonómico? ¿Ni siquiera se le va a decir a la gente que negarse a aceptar las imposiciones económicas (el austericidio) del gobierno central puede ser respondido, legalmente, con la intervención y disolución del ayuntamiento o del gobierno de la comunidad por parte del gobierno central? ¿No se les va a preparar para eso? Desde otra óptica, la del análisis de los “programas” que hemos conocido para estas últimas elecciones y que vamos conociendo para las próximas, ¿por qué siempre se sitúan a la derecha de las reivindicaciones que se expresan en las calles? ¿No es para escamarse esa tendencia al “centrismo”, ese “posibilismo” o “pragmatismo”? Ya que hemos visto otras veces y vemos ahora a organizaciones de izquierdas y activistas en las instituciones (aquí y en otras partes del Planeta), ¿por qué no se nos dice que pasará con algo tan simple como la aplicación de las leyes en vigor? ¿Las aplicarán? Por poner como ejemplo a la que sin duda es una de las activistas más valoradas hoy, y que se perfila como cabeza visible de Guanyen Barcelona, Ada Colau. Si es elegida como alcaldesa de Barcelona, ¿usará a la policía municipal para evitar los desahucios?
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