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      La tragedia de León Trotsky (O los varios "Trotskys")

      JM Delgado
      JM Delgado


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      La tragedia de León Trotsky (O los varios "Trotskys") Empty La tragedia de León Trotsky (O los varios "Trotskys")

      Post  JM Delgado Thu Mar 15, 2012 1:23 pm

      Claudio Albertani

      Fundanin

      Quienes pretendieron haber hecho una revolución, se dieron cuenta muy pronto de que no sabían lo que estaban haciendo; la revolución consumada no se parecía en nada a la que hubieran querido hacer. Es lo que Hegel llama la ironía de la historia, ironía a la que pocos actores históricos se escapan.
      Federico Engels, carta a Vera Zasulich, 1885

      Deteneos. Mirad a vuestro alrededor. Reflexionad. ¿Hacia dónde nos conducís? ¿No nos estamos desviando del principio de clase? Muy mala sería la situación del partido si de un lado queda el esqueleto de la dictadura, la clase obrera, y del otro el Partido Comunista.
      Alejandra Kolontai, Plataforma de la Oposición Obrera, 1921


      El destino del partido bolchevique -el destino de Lenin y Trotsky- muestra que la acción de los partidos más avanzados y de sus jefes más grandes está delimitado por circunstancias de tiempo y de lugar. Y por esto es inevitable que en un cualquier momento se vuelvan conservadores y poco atentos a las nuevas exigencias de la vida.
      Ante Ciliga, Diez años en el país de la mentira desconcertante, 1939


      Hay muchos Trotsky. Está el brillante teórico marxista de 1905 y el bolchevique doctrinario de 1921; el romántico vencedor vencido y el implacable represor de los campesinos anarquistas de Ucrania; el gran escritor y el pedante moralista inmoral. Su nombre evoca la insurrección de octubre, aquellos “días que conmovieron el mundo”, la denuncia del totalitarismo y la lucha contra Stalin. “Gorra, gafas, perilla, chaquetón con el cuello levantado, aspecto de águila negra de garras poderosas”, así lo describió André Malraux en una semblanza memorable, escrita cuando él mismo se contaba entre sus admiradores (1).
      Uno de sus biógrafos, Isaac Deutscher -autor de la monumental trilogía El profeta armado, El profeta desarmado y El profeta desterrado-, señala sus cualidades de visionario: Trotsky poseía un innegable sentido intuitivo de la historia que lo destaca entre otros pensadores políticos (2).
      La idea de que hay profetas “armados” y “desarmados” pertenece, como se sabe, a Maquiavelo, quien, en el sexto capítulo de El Príncipe, afirma que los primeros vencen, mientras que los segundos invariablemente “se arruinan”. La metáfora retrata sólo una parte de la compleja trayectoria de Trotsky. El propio Deutscher se pregunta si la distinción entre triunfar y ser destruido sea tan clara como le parece a Maquiavelo.
      A sesenta y cinco años del crimen de Coyoacán y a cien de la primera revolución rusa -en la que Trotsky destacó como presidente del Soviet de San Petersburgo-, podemos preguntarnos cuál es su legado más actual, si es que hay alguno. No es un ejercicio académico. Vivimos una época ambigua y difícil en la que es urgente revalorizar las aportaciones de todas las corrientes críticas del socialismo. La idea misma de que cambiar el mundo es posible y deseable se tiene que volver a plantear ante las ruinas que nos dejó el siglo XX. Uno de sus grandes hitos no resueltos es, precisamente la degeneración de la revolución rusa.
      A sabiendas de correr el riesgo de la simplificación, haré hincapié en cuatro aspectos o momentos de la vida del revolucionario ruso. Intentaré, en primer lugar, analizar al (hoy olvidado) crítico de la concepción leninista del partido; después examinaré al teórico de la revolución permanente y al inflexible dirigente de la naciente Unión Soviética. Por último, abordaré al enemigo-amigo del totalitarismo soviético.
      La polémica con Lenin
      Una de las facetas menos conocidas -y, desde mi punto de vista, más interesantes- de Trotsky es su agria polémica de 1903 y 1904 con Lenin. Detenido en 1898 por sus actividades conspirativas, León Davidovich Bronstein, judío, de origen burgués, militante socialista desde su adolescencia, fue encarcelado y trasladado primero a Irkutsk y después a Werjolensk. Ahí se volvió portavoz de los prisioneros organizados en la Unión Siberiana y, en 1902, logró huir, haciéndose de un pasaporte falso en el que figuraba el nombre de Trotsky, uno de sus carceleros en Odessa.
      Después de muchas peripecias, el fugitivo llegó a Londres donde conoció a Lenin y compartió la vivienda con Mártov y la anciana revolucionaria Vera Zasulich. El joven se incorporó enseguida al equipo de la legendaria revista Iskra (Chispa), causando una excelente impresión entre sus experimentados redactores por sus dotes de polemista y orador.
      La armonía no duró mucho tiempo. Iskra se desgarró en ocasión del II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), celebrado en los meses de julio y agosto de 1903, primero en Bruselas y después en Londres.
      La manzana de la discordia fue la concepción del partido y, particularmente, la oposición entre “espontaneidad” y “organización”. Puesto que todos se consideraban “marxistas”, recordemos que para Marx el “partido” en sentido histórico es el producto del antagonismo necesario entre obreros y capital y que las organizaciones políticas formales no son más que expresiones importantes, ciertamente, pero efímeras, en la larga y agitada epopeya de las luchas sociales.
      En la concepción de Marx, “espontánea” es una acción que está determinada por el conjunto de las relaciones económicas, de manera que el proletariado es “espontáneamente” la clase revolucionaria de la sociedad burguesa, su momento negativo.
      En otras palabras: “la clase obrera es revolucionaria o no es nada” (3) y poco -o muy poco- pueden hacer los revolucionarios al respecto. No son los educadores del pueblo quienes van a crear la situación histórica en la que el proletariado se pueda volver lo que es. Esto sólo lo puede lograr el desarrollo mismo de la sociedad (4).
      Hay más. En el Manifiesto, Marx y Engels habían escrito que “los comunistas no forman un partido obrero distinto de los demás partidos, no tienen intereses distintos de aquellos del proletariado en general; no proclaman principios particulares según los cuales quieran modelar al movimiento proletario”.
      En una carta a Freiligrath del 29 de febrero de 1860, Marx precisó que, lejos de poder cristalizarse en una secta, el partido tiene un sentido eminentemente histórico, ya que “designa el conjunto de fuerzas que en todas partes brotan espontáneamente (subrayado mío) del suelo de la sociedad moderna” (5).
      No era en los partidos, sino en las clases donde Marx veía los factores objetivos del cambio histórico; en cambio, Lenin y los marxistas de la Segunda Internacional desnaturalizaron por completo los conceptos de organización, espontaneidad, y conciencia de clase oponiendo el primero a los dos últimos.
      En ese congreso de 1903, la socialdemocracia rusa se dividió entre los sostenedores de Mártov que se manifestaban por un partido abierto y vinculado con la intelligentsia; y los partidarios de Lenin, defensores de un partido restringido, vanguardia disciplinada integrada por revolucionarios profesionales, conforme a los principios expresados en el Qué hacer.
      Estos últimos, los "duros", serían llamados bolcheviques o mayoritarios, mientras que los «blandos» se convertirían en mencheviques o minoritarios. Transitoriamente aliado de los segundos, Trotsky fue en esta etapa un brillante adversario de la teoría de que la conciencia de clase surge fuera del proletariado y es introducida por el partido, algo que Lenin había retomado de su maestro, el socialdemócrata alemán Karl Kautsky.
      La polémica cundió en las filas de la Internacional: Rosa Luxemburgo criticó a su vez la concepción centralista, denunciando el «absolutismo ruso» y el «peligro burocrático que supone el ultra-centralismo» (6).
      A comienzos de 1904, el futuro fundador del Ejército Rojo, publicó el Informe de la delegación siberiana, un texto que se cuida de no mencionar en sus memorias, ya que expresa su profunda hostilidad hacia Lenin, muy incómoda para alguien que por entonces reivindicaba la herencia exclusiva del “bolchevismo leninista” (7).
      En aquellos años, sin embargo, Trotsky -como Rosa Luxemburgo- era un defensor decidido de la democracia directa. Contra la idea de un partido omnipotente, lanzó advertencias proféticas sobre lo que sería el estalinismo y, como en los preludios de la tragedia clásica, vaticinó su propio destino: “un régimen que para subsistir comienza por expulsar a los mejores militantes en el aspecto teórico y práctico, promete demasiadas ejecuciones y muy poco pan. Inevitablemente, suscitará una decepción que puede resultar fatal no sólo para los Robespierre y los ilotas del centralismo, sino también para la idea de una organización de combate única en general. Los amos de la situación serán los “termidorianos” del oportunismo socialista y las puertas del partido se abrirán efectivamente de par en par. Ojalá esto no ocurra” (Cool.
      He aquí -magistralmente expresado- el conflicto entre las dos almas del bolchevismo: la marxista y la jacobina. Un conflicto que jamás habría de resolverse, ni siquiera en el propio Trotsky. Y lo peor: con el tiempo, él mismo se acercaría a la idea del Estado monolítico y a una concepción dictatorial del partido, en ocasiones aún más autoritaria que la de Lenin (9).
      No satisfecho, el futuro creador del Ejército Rojo volvió a la carga pocos meses después con un texto todavía más ácido en contra de Lenin, Nuestras tareas políticas. “En las políticas internas del partido, escribió, estos métodos llevan a la organización del partido a sustituir al partido, al Comité Central a sustituir a la organización del partido y finalmente al dictador a sustituir al Comité Central” (10).
      Entonces, escribe Deutscher, Trotsky no podía imaginarse que un día él iría mucho más lejos que Lenin en la glorificación de aquellos métodos, antes de retroceder horrorizado frente a su consumación (11).
      La revolución permanente
      Carentes de audacia, los mencheviques propugnaban una suerte de colaboración con la burguesía liberal contra el antiguo régimen. En opinión de Boris Souvarine, ellos expresaban la propensión al fatalismo económico mientras que los bolcheviques, la tendencia activista. Los primeros parecían más ortodoxo, porque eran más fieles a la letra del marxismo, mientras que los segundos se permitían libertades en nombre del espíritu”(12).
      Se podría agregar que los bolcheviques reivindicaban el momento subjetivo -aunque bajo la forma fetichizada del partido- contra el objetivismo economicista en boga entre los mencheviques y la Segunda Internacional. Todo esto explica porqué, a pesar de la inicial simpatía mutua, el idilio de Trotsky con ellos no iba a durar mucho.
      En enero de 1905, la primera revolución rusa trastornó todos los debates políticos. Trotsky volvió a Rusia en el mes de febrero, dejando atrás los medios del exilio en los que, a fin de cuentas, no se sentía a gusto. Llegó a San Petersburgo en primavera encontrándose pronto en el centro de la actividad clandestina, pues era prófugo y arriesgaba la deportación.
      “Tenía poca inclinación para el trabajo colegiado –escribe Anatoly Lunacharsky en una de sus famosas siluetas revolucionarias-, sin embargo, sus mejores cualidades se desplegaban en el gran océano de los acontecimientos políticos donde estas características personales carecen de importancia. (13)”
      Y es que a sus 26 años Trotsky jugó un papel mucho más relevante que los viejos dirigentes socialdemócratas -tanto bolcheviques como mencheviques- quienes permanecieron en Europa occidental hasta bien entrado el año (Lenin hasta el mes de noviembre).
      A mediados de octubre, San Petersburgo fue teatro de una huelga general que desembocó en el primer Consejo o Soviet de Delegados Obreros. Contrario a la vulgata, este no fue una creación de los partidos, mucho menos de los bolcheviques quienes, como sabemos, desconfiaban de todas las expresiones “espontáneas” del proletariado (14). Sin embargo, “los de abajo, guiados por su instinto, sabían orientarse con harta mayor seguridad que aquellos directores”, anota Trotsky con habitual ironía (15).
      El organismo nació inesperadamente del vientre mismo del proletariado, fijándose únicamente el objetivo de dirigir la huelga, pero transformándose pronto en el corazón mismo del movimiento revolucionario. “Forma política al fin descubierta” de la revolución social, el Soviet se impuso como órgano de poder autónomo de los obreros revolucionarios y germen del futuro gobierno proletario logrando “poner en pie a masas gigantescas de hombres” (16).
      El 14 de octubre, el flamante Soviet aceptó a tres representantes por cada uno de los tres partidos revolucionarios: menchevique, bolchevique y socialista revolucionario (17). Trotsky, quien se encontraba temporalmente refugiado en Finlandia, regresó apresuradamente y el día mismo fue elegido miembro de su comisión ejecutiva. Lenin, en cambio, no compartía los trabajos del Soviet, ni actuaba en él, aunque seguía atentamente el desarrollo de los acontecimientos (18).
      Durante 52 días de actividad tempestuosa, Trotsky se desempeñó primero como su vicepresidente, después presidente, editorialista de su órgano, Izvestia, pluma mordaz en varios periódicos más, redactor de manifiestos, propuestas, resoluciones…
      Estaba en su elemento: orador incendiario y hábil conspirador, fue el único socialdemócrata conocido que entendió la importancia histórica de los consejos obreros: “no hay duda –escribió- de que la primera nueva ola de la revolución llevará a la creación de soviets en todo el país” (19).
      La insurrección fue aplastada en el curso del mes diciembre, primero en San Petersburgo y después en Moscú. Detenido el día 3, en la soledad de la cárcel elaboró su famosa y muy tergiversada concepción de la “revolución permanente” (20).
      ¿De qué se trataba? El meollo de la aportación de Trotsky radicaba en esclarecer la naturaleza de la revolución venidera. Los mencheviques suponían que Rusia, económicamente atrasada y predominantemente agraria, no estaba madura para la revolución proletaria, sino únicamente para su contraparte “burguesa”. Lenin y los bolcheviques pensaban que la burguesía rusa, demasiado comprometida con el zarismo, no iba a cumplir con su tarea histórica. Recomendaban establecer una república bajo la “dictadura democrática del proletariado y de los campesinos”, una formula algo oscura que remitía al carácter no “socialista” de la revolución rusa.
      El planteamiento de Trotsky iba más lejos. Retomando las tesis de su amigo Parvus (Alexander Israelovich Helphand (21) ), sostenía que la guerra ruso-japonesa de 1904 marcaba el principio de una serie de crisis que desembocarían en una guerra mundial y en la revolución rusa (22).
      No está claro a cuál de los dos autores se debe el empleo del término “revolución permanente” aplicado al proceso social ruso. Lo cierto es que procede de Marx quien, al final de la Circular al comité central de la liga comunista (1850), había escrito que “los proletarios no deben ser apartados de su línea de independencia por la hipocresía de la pequeña burguesía democrática. Su grito de guerra debe ser: ¡Revolución permanente! (23)
      Excepto en Las luchas de clases en Francia (1850) y -antes- en La cuestión judía (1843), no encontramos en el fundador del socialismo científico otras menciones de esa consigna, misma que resalta los caracteres radicales del proyecto proletario y la necesidad de prolongar la revolución hasta “romper la columna vertebral del poder burgués” (24).
      Como Lenin, Trotsky llegó a la conclusión de que en Rusia la burguesía no tenía ni la determinación ni la capacidad de llevar a cabo su propia revolución. Sin embargo, él es el primero en sostener que la etapa burguesa desembocaría inevitablemente con la revolución socialista. ¿Cómo? “Mediante una serie de conflictos sociales en agudización paulatina, mediante el surgimiento de nuevas capas sociales de entre las masas y mediante los continuos ataques del proletariado a los privilegios económicos y políticos de la clase dominante” (25).
      Los trabajadores no podrían detenerse en la liquidación del absolutismo, sino que profundizarían la revolución so pena de encontrarse desplazados y perder el poder. Acto seguido, el proletariado europeo se sumaría a la rebelión, consolidando la revolución y elevando a la clase obrera rusa “a una altura hasta hoy desconocida” (26). De esta manera, la atrasada Rusia podría hacer la revolución antes que los países avanzados tendiendo al socialismo en una “cadena ininterrumpida”.
      ¿Quién más -pregunta Deutscher- previó en 1906 la existencia de una Rusia soviética? Mas aún, indirectamente y sin saberlo, Trotsky proporcionó la clave de su propio error: su apreciación del campesinado. “La experiencia demuestra que [este] es completamente incapaz de desempeñar un papel político independiente” (27). Al mismo tiempo, Trotsky se rectificaba a sí mismo afirmando que el régimen proletario se vendría abajo tan pronto como los campesinos se volvieran contra él. “No se le ocurrió –concluye Deutscher- que un partido proletario podría gobernar a un país enorme contra la mayoría del pueblo. No se le ocurrió que la revolución conduciría al gobierno prolongado de una minoría” (28).
      Como sea, los acontecimientos rusos de 1905, tuvieron un impacto profundo en todas las corrientes del socialismo europeo. Así lo expresó Rosa Luxemburgo en su intervención ante el Vº Congreso del POSDR (1907): “los trabajadores alemanes resonaban en un solo grito: «¡habladnos de la revolución rusa!» Y en esto se reflejaba no sólo su simpatía natural, que provenía de una instintiva solidaridad de clase con sus hermanos en lucha. También refleja su reconocimiento de que los intereses de la revolución rusa son, en realidad, también su propia causa” (29).
      Trotsky se dio a conocer en el movimiento obrero internacional precisamente como símbolo de aquella primera expresión del proletariado ruso. Su prestigio se consolidó aun más cuando, al ser juzgado en 1906 por el delito de insurrección armada, trasformó el proceso en una formidable tribuna política para denunciar al régimen imperial (30).
      El texto de su memorable discurso se encuentra reproducido en Resultados y perspectivas, libro que marca “el punto culminante de su desarrollo teórico”, según Raya Dunayevskaya (31). Todos sus biógrafos señalan, sin embargo, que tuvo escasa influencia en el movimiento revolucionario ruso, ya que la policía requisó la edición y, según parece, el propio Lenin no lo leyó sino hasta 1919.
      Al terminarse el juicio, Trotsky fue desterrado a Siberia por segunda vez; sin embargo, logró evadirse de nuevo y después de un largo periplo se refugió sucesivamente en Viena, Berlín, París y Estados Unidos.
      Hasta bien entrado el año de 1917, actuó como un marxista independiente (“un solitario” lo define Victor Serge (32) ), buscando conciliar las dos tendencias de la socialdemocracia rusa, pero polemizando ásperamente con ambas.
      En uno de sus textos proféticos, publicado en 1909, señaló que “aunque los aspectos antirrevolucionarios del menchevismo ya son completamente obvios, los del bolchevismo, probablemente, se volverán una grave amenaza sólo en caso de una victoria.” (33)
      “Los peligros profesionales del poder”
      El 8 de marzo de 1917 (22 de febrero del calendario ortodoxo), una serie de huelgas en Petrogrado desembocaba en la tan esperada caída del zarismo y en la victoria de una revolución por la que ningún partido pudo reclamar el crédito. El antiguo régimen había muerto de muerte propia y no por la acción de los revolucionarios profesionales quienes, en buena parte, permanecían en sus exilios europeos o norteamericanos.
      A los pocos días, Trotsky encontró en Nueva York a Volin (Vsevolod Mijailovich Eichenbaum), combatiente de 1905 y una de las cabezas más lúcidas del anarquismo ruso, cuando ambos se alistaban para regresar a Rusia. He aquí partes del diálogo entre los dos, narrado por el autor de La revolución desconocida:
      -Estoy absolutamente seguro, afirmó Volin, de que ustedes, los marxistas de izquierda, acabarán por tomar el poder en Rusia. (…) Los sindicalistas y los anarquistas somos demasiado débiles para atraer rápidamente la atención de los trabajadores. (…) El conflicto será inevitable y entonces …¡pobres de nosotros! Acabarán fusilándonos como perdices.
      -De ninguna manera, camarada Volin, contestó Trotsky. Tiene usted demasiada imaginación. Al fin y al cabo lo que nos separa es una pequeña cuestión de método, totalmente secundaria. (…) Tenemos un enemigo común a vencer: ¿por qué pelear entre nosotros? (34)
      No hay razones para dudar de la buena fe de León Davidovich, pero como veremos enseguida, esta vez le falló la profecía.
      El hecho es que el desarrollo de la revolución no respetó ningún esquema previo. Los mencheviques, que se habían pronunciado en contra de cualquier participación en un gobierno salido de “la revolución burguesa”, acabaron proporcionándole ministros, mientras que los bolcheviques se abstuvieron de hacerlo, a pesar de haber recomendado lo contrario. “La Historia –escribe Pierre Broué- parece burlarse de ambos” (35).
      En realidad, confesó Trotsky mucho tiempo después, “los acontecimientos cogieron desprevenido al partido más revolucionario conocido hasta hoy por la historia humana. (..) En estos momentos decisivos, las masas se hallaban «cien veces más a la izquierda» que el partido de izquierda más extremo” (36).
      Ahora tenía prisa por regresar a Rusia, sin embargo no fue una tarea fácil. Detenido en alta mar por los ingleses, internado cerca de Halifax, liberado por solicitud del Soviet de Petrogrado, Trotsky llegó el 4 de mayo de 1917, al cabo de 12 años de exilio.
      El día 5 tomó la palabra por primera vez en el Soviet incitando al auditorio a confiar únicamente en su propia fuerza y a desconfiar de la burguesía. La revolución reencontraba a su tribuno.
      En los días sucesivos, visitó la redacción de la Pravda para concertar una acción común. León Davidovich colaboraba entonces con el grupo llamado “Interdistrito” que reunía a los disidentes de las distintas fracciones, sin embargo, acabó por incorporarse al Partido y a su Comité Central a finales de julio (37).
      Se ha discutido mucho de la convergencia entre Lenin y Trotsky en 1917. Es verdad que la reorientación estratégica de los bolcheviques a partir de las Tesis de abril y El Estado y la revolución (38) marca el fin de su disputa. El programa de los dos hombres se puede resumir así: lucha contra la defensa patriótica y sus sostenedores; reconocimiento de los soviets como órganos de poder proletario; transformación socialista en el interior; revolución internacional en el exterior. Es en ese horizonte que los nombres de Lenin y Trotsky llegaron a simbolizar en todo el mundo el movimiento ascendente de la revolución plebeya (39).
      ¿Y las viejas disputas? Cosas del pasado. Lenin opinaba ahora que León Davidovich era “el mejor de los bolcheviques” y mientras vivió, no hubo más un problema “trotskista”, aunque sí desacuerdos, como es normal en cualquier partido político.
      Por su parte, León Davidovich endosó sin reservas el mismo proyecto de conquista jacobina del poder que tan atinadamente había criticado en su juventud y que ahora el propio Lenin parecía dispuesto a abandonar, aunque sea temporalmente.
      Por una extraña ironía, se invirtieron los papeles. En adelante, Lenin se mostraría más “demócrata”, expresando antes de fallecer serías preocupaciones acerca del rumbo burocrático que había tomado la revolución. Trotsky, en cambio, le apostó al partido, al punto de atribuirle la facultad de determinar soberanamente el conjunto de la trasformación social.
      ¿Cómo entender este giro radical? Raya Dunayevskaya -una de sus más brillantes discípulas y, a la vez, crítica rigurosa- señala que no fue un cambio repentino ya que desde 1910 León Davidovich había abandonado sus convicciones anteriores. Al fin y al cabo, el proletariado ruso se estaba mostrando “inmaduro” y por lo tanto necesitaba de un enérgico partido que le guiara (40).
      El hecho es que, para no contrariar a Lenin, Trotsky no reivindicó más sus planteamientos de 1903, y no desterró a la “revolución permanente”, sino hasta 1924, cuando todo estaba perdido (41).
      Mientras tanto, la temperatura social seguía subiendo en aquel verano de 1917. Es la ruidosa irrupción de la potencia, multiplicidad, variedad, y perseverancia de la acción de masas entre febrero y octubre que explica la toma del poder por parte de los bolcheviques (42). Victor Serge recuerda que ninguna solución intermedia era posible entre la dictadura reaccionaria y la dictadura revolucionaria de los soviets: sin revolución de octubre, el fascismo hubiese tenido nombre ruso (43).
      León Davidovich organizó el Comité Revolucionario Militar que preparó la insurrección. Después fue Comisario del Pueblo de Asuntos Extranjeros y organizador del Ejército Rojo entre los muchos cargos que desempeñó en la cúspide del naciente Estado soviético.
      Durante los difíciles años de la guerra civil, obtuvo victoria tras victoria, destruyendo ejércitos reaccionarios y derrotando invasores extranjeros, en condiciones desesperadas y sin tener ninguna experiencia militar previa. Son logros que nadie le puede regatear. Sin embargo, cuando se encontraba en la cumbre de su prestigio -el bienio de 1919-21- empezó también la degeneración autoritaria y burocrática de la revolución.
      Rosa Luxemburgo vio el peligró incluso antes, al estigmatizar el “frío desprecio [de los bolcheviques] por la Asamblea Constituyente, el sufragio universal, las libertades de reunión y prensa; en síntesis por todo el aparato de las libertades democráticas básicas del pueblo”. Y precisó: “La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente” (44).
      Justo es reconocer que algunos bolcheviques expresaron opiniones análogas. Los más conocidos fueron Alejandra Kolontai y A. G. Shliápñikov de la Oposición Obrera. En su folleto ¿Qué es la Oposición Obrera?, impreso marzo de 1921, en vísperas del X° Congreso del Partido Comunista Ruso (bolchevique) y suscrito por un nutrido grupo de viejos militantes, Kolontai planteaba el peligro del creciente poder de los especialistas, técnicos y expertos “estos hombres de negocios que emergen a la superficie de la vida soviética” (45).
      Menos conocido es el Grupo Obrero, animado por Gabriel I. Miasnikov, obrero de Perm (Urales), bolchevique desde 1905. Publicado y difundido ilegalmente en 1923, su Manifiesto es la crítica más radical al régimen soviético, jamás surgida desde el interior del partido (46).
      Trotsky nunca apoyó esas tesis; mucho menos intervino cuando Miasnikov fue detenido por la Cheka (policía política). Ante los cuestionamientos, su respuesta fue la misma de Lenin: suprimir las fracciones en el partido como una medida “de emergencia” que acabó siendo permanente. Ambos se opusieron a la practica de elegir a los funcionarios, optando por el método burocrático de la cooptación, ya experimentado por Trotsky en la organización del Ejército Rojo.
      Aquel método tenía, por cierto, muy poco de “rojo” ya que abogaba por la construcción de un aparato centralizado dirigido por especialistas cooptados desde arriba (entre los que destacaban antiguos oficiales zaristas como Tugachevski) y supervisado por “comisarios políticos”, es decir hombres de confianza del partido.
      Durante la guerra civil de 1919-1921 a esos primeros tropezones hay que sumar la desastrosa política de Trotsky hacia los campesinos a quienes trató sistemáticamente como enemigos.
      En Ucrania, aplicando la doctrina supuestamente marxista del “conservadurismo campesino”, León Davidovich reprimió con saña a los anarquistas dirigidos por Nestor Makhno, a pesar de haber concertado con ellos una provechosa alianza militar contra el general blanco Denikin (47).
      Cuando ya no los necesitó, los acusó de ser, ellos también, unos “contrarrevolucionarios que el poder soviético (…) va a barrer de la faz de la tierra”. Acto seguido, recomendaba “erradicar a los makhnovistas (porque representan) un peligro mayor que Denikin” e, incluso, enviarlos a los “campos de concentración” (48).
      Volin -a la sazón uno de los principales voceros del movimiento- cuenta que, al ser detenido por el Ejército Rojo en territorio rebelde, Trotsky envió un telegrama con una orden lacónica: «fusilar inmediatamente» (49). Se salvó por un concurso de circunstancias y logró después salir de la URSS gracias a la intervención de Victor Serge (50).
      El drama no tardó en repetirse al estallar la revuelta de los marinos de Cronstadt (febrero-marzo de 1921), quienes a pesar de las acusaciones de los bolcheviques, tampoco eran contrarrevolucionarios, pues enarbolaban reivindicaciones democráticas que, en gran parte, el propio Trotsky haría suyas al ser desplazado del poder en 1923 (51).
      Surgida después de una huelga masiva en Petrogrado, la rebelión apuntaba al surgimiento de una alianza sumamente explosiva entre obreros y campesinos (muchos de los marinos eran de origen rural) contra la naciente burocracia.
      El partido bolchevique no dudó en resolver el problema de un tajo, contando para ello con el apoyo de la Oposición Obrera, aunque no del grupo de Miasnikov. La solución fue echar manos al ejército y a la calumnia, una práctica lamentable que pronto sería el sello distintivo del estalinismo (52). Al final, por una ironía siniestra, la comuna de Cronstadt fue aplastada el 18 de marzo de 1921, 50 aniversario de la Comuna de París (53).
      “Trotsky no tomó parte alguna en aquella abominable represión de la cual, más tarde, aceptó su parte de responsabilidad política”, escribe Serge en un intento de exculparlo (54). Eso es verdad, pero no tiene importancia ya que ordenó la represión en su calidad de jefe del Ejército Rojo, como él mismo reconoció y consta por los telegramas amenazadores que, personalmente, envió a los rebeldes.
      No podemos saber cuál hubiera sido el destino de la revolución si Lenin y Trotsky hubiesen optado por democracia; lo cierto es que actuando en contra de los soviets, aceleraron su muerte.
      Hay más. En Comunismo y terrorismo -de lejos el peor de sus libros, escrito en el tren durante la guerra civil para confutar al renegado Kautsky-, Trotsky señaló que los trabajadores tienen la obligación de obedecer al “Estado obrero” ya que “el socialismo significa disciplina”. Puesto que la burguesía había inventado la organización científica del trabajo –el taylorismo-, los bolcheviques no podían quedarse atrás: tendrían que reeducar (¡!) a los obreros en vista de aumentar su “productividad” (55).
      Trotsky afirmó, además, que era preciso someter a los trabajadores a disciplina militar, mereciendo incluso las críticas de Stalin … ¡por exceso de autoritarismo!
      “Siendo la Unión Soviética un “Estado Obrero”, escribió, el proletariado no tiene absolutamente nada que temer” (56).
      Más realista, Lenin rechazó las tesis del fundador del Ejército Rojo. No hay tal cosa, afirmó; “un Estado Obrero es una abstracción” (57). Con la NEP –la Nueva Política Económica-, precisó, “creamos de nuevo el capitalismo. Y no lo ocultamos. Se trata del capitalismo de Estado”. En estas condiciones, concluía, ¡los trabajadores, más vale que se protejan de su propio Estado! (58)
      Demasiado poco demasiado tarde
      Inaugurada en marzo de 1921, contemporáneamente a la represión de Cronstadt, la NEP sustituía al llamado “comunismo de guerra”, es decir el sistema de abastecimiento de las ciudades por medio de la requisición de alimentos a los campesinos.
      Ante la ausencia de la revolución en Occidente y los severos problemas de carestía, la NEP reintroducía cierta libertad de comercio para los agricultores y pequeños propietarios. Lenin admitía la necesidad de una suerte de retirada temporal de la revolución y en espera de tiempos mejores, buscaba afianzar el poder de los bolcheviques.
      Tanto Victor Serge como Boris Souvarine sostuvieron que la NEP satisfacía las reivindicaciones económicas de Cronstadt, subrayando así la inutilidad de la represión (59). Sin embargo, la principal reivindicación de los marinos no era económica, sino política: la democracia directa. Y esa había recibido un golpe mortal.
      Además los insurgentes no solamente luchaban contra la burocracia y el capitalismo de Estado, sino también contra el capitalismo privado que ahora volvía a cobrar fuerza. Las cooperativas independientes ya no existían ni tampoco organizaciones políticas y sindicales libres. En estas condiciones, las semillas del capitalismo florecieron más fácilmente, así como una nueva clase de especuladores y privilegiados (60).
      En realidad, la NEP coincidía con la derrota de la única revolución que interesaba a las masas desposeídas: la que prometía acabar con todos los poderes arbitrarios, las injusticias y los despotismos.
      Al final, el “poder soviético” no fue derribado como en cambio había sucedido en el caso de la Comuna de París, el gran espantajo de Lenin. Sin embargo, sucedió algo tal vez peor: los valores de la revolución se destruyeron solos, vaciándose progresivamente y trocándose poco a poco en una mentira desconcertante (61).
      Los anarquistas no fueron los únicos en denunciarlo. En Alemania, los marxistas del Partido Comunista Obrero, KAPD (una escisión del pro-bolchevique KPD), y en Rusia el Grupo Obrero (desde la clandestinidad) empezaron a hablar de una “revolución burguesa llevada a cabo por los comunistas”.
      El propio Lenin se dio cuenta de que algo estaba mal y lo admitió públicamente en sus últimos textos. Sin embargo, la única solución que encontró fue más de lo mismo: consolidar el poder del partido hasta que el proletariado europeo rescatara a su hermano de oriente.
      Para Trotsky, en cambio, el país marchaba hacia el socialismo, a paso seguro. “Propiedad Estatal”, “Plan”, “Partido” todos con mayúscula; he aquí los fetiches por los cuales pedía a los trabajadores entregar sus vidas.
      Las cosas empeoraron cuando Lenin sufrió su primera apoplejía en mayo de 1922. Un equipo de especialistas intentó curarlo, pero ya estaba muy enfermo y no mostró ninguna mejoría; poco a poco, hubo de renunciar a sus responsabilidades políticas. Hacia fines de año se constituyó una tendencia formada por Stalin, Zinoviev y Kamenev –pronto llamada troika- con el único propósito de organizar la decapitación política de Trotsky, a la sazón el segundo hombre más poderoso de la Unión Soviética.
      Y es que el ascenso meteórico del fundador del Ejército Rojo había causado malestar entre muchos viejos bolcheviques que sólo esperaban el momento propicio para cobrar viejas cuentas.
      Esa no era la opinión de Lenin. Es más, en vísperas del XIII° Congreso del partido a celebrarse en abril de 1923, el jefe bolchevique había dispuesto luchar contra Stalin junto a Trotsky, invitándolo a trabajar juntos. Era demasiado tarde: en marzo otra apoplejía le privó del habla y de la posibilidad de hacer valer sus razones en dicho congreso.
      Por ese entonces el carácter revolucionario del bolchevismo ya colgaba de un hilo muy delgado. La ecuación básica de Lenin había sido bolchevismo= revolución: según él imponiendo el primero con cualquier medio, la segunda iba a triunfar como si fuera una ley férrea.
      ¿Qué hacer si los dos términos se separaban? A pesar de haber percibido el problema, Lenin murió antes de poder ofrecer una respuesta.
      A medida que la perspectiva de la revolución mundial iba menguando, el hilo no podía más que romperse. Y cuando se rompió el partido bolchevique cumplió el papel histórico de usurpador, como admite el propio Deutscher (62).
      El documento conocido como «testamento», escrito por Lenin en uno de sus últimos momentos de lucidez, aporta muchos elementos. Recordemos que Vladimir Illich fue, básicamente, un estratega y que como teórico, sostuvo posiciones a menudo encontradas. En filosofía, fluctuó entre el materialismo y el neohegelianismo; en política, entre el autoritarismo de 1902 y el seudo anarquismo de El Estado y la revolución; en economía, entre el anticapitalismo de los soviets y el neocapitalismo de la NEP.
      Ahora, ante la gravedad de la situación, expresaba angustia por la posibilidad de una escisión en el partido, así como serias dudas sobre sus colegas en el comité central. No podía imaginar, claro está, que cinco de los seis dirigentes que nombraba (Trotsky, Kamenev, Zinoviev, Bujarin, Piatakov y Stalin) serían liquidados por el sexto. De este último señalaba que había concentrado en sus manos un poder inmenso, y “no estoy seguro que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia” (63).
      El historiador anticomunista Walter Laqueur observa irónicamente que la predicción ingresó en la historia como una de los eufemismos más burdos de que se tenga noticia (64).
      ¿Qué opinaba de Trotsky? Lo definía “el hombre más capaz del actual CC”, aunque “demasiado ensoberbecido y demasiado atraído por el aspecto puramente administrativo de las cosas”.
      ¿Ensoberbecido? Cuando se abrió el congreso, lejos de ello, León Davidovich rechazó la oferta de pronunciar el discurso político principal. Al parecer, no quería que su conducta fuese interpretada como un intento de pretender a la sucesión. Sin embargo, acabó pactando con los triunviros, faltando al compromiso de leer las notas Contra la burocracia que desde su lecho de enfermo le había preparado Vladimir Ilich.
      En sus memorias, Trotsky relata un diálogo que tuvo con Kamenev, quien cumplía las funciones de correo entre los dos jefes bolcheviques: “hay hombres -dijo- que son capaces de lanzarse a un peligro real por escapar de otro puramente imaginario. Tome usted nota de ello y hágaselo saber a los demás: nada más lejos de mi ánimo que la intención de librar una batalla en el congreso del partido por ningún genero de cambios en la organización. Yo soy partidario del status quo. Soy contrario a la destitución de Stalin, de que se expulse a Ordzhonikidze y de que se separe a Dzerzhinsky del Ministerio de los Transportes. Por lo demás, estoy sustancialmente de acuerdo con Lenin” (65).
      Lenin murió el 21 de enero de 1924, atormentado, en sus últimos momentos de lucidez, por una terrible sensación de fracaso. Ya libres de ataduras, en los meses sucesivos, los triunviros intensificaron su lucha contra el fundador del Ejército Rojo, inventando el término “leninismo”, vulgarización del pensamiento de Vladimir Illich inventada para denostar al “trotskismo”. Este pasaría a ser sinónimo de herejía primero, y de todas las perversiones después.
      En diciembre, Stalin publicó un panfleto en donde, manipulando a su gusto algunas citas de Lenin, sostenía que el “socialismo en un sólo país” era, en efecto, posible (66). Pronto se volvió la doctrina oficial de la burocracia soviética, dejando atrás -y para siempre- “la revolución permanente”, una teoría que, por cierto, no respondía a la nueva situación de consolidación del capitalismo internacional.
      ¿Cómo actuó Trotsky? El 8 de octubre de 1923, ante la crisis financiera y comercial (denominada crisis de las tijeras ) de la economía soviética, Trotsky había enviado una carta al Comité Central en la que criticaba la burocratización, y la falta de democracia interna planteando asimismo la necesidad de la planificación como eje central de la organización y del desarrollo económico.
      Demasiado poco, demasiado tarde: su lucha contra la burocracia que carecía de bases ya que él mismo había sido uno de sus artesanos. Pero tampoco actuaba como burócrata, ya que no tenía ambiciones personales y, a pesar de sus errores, nunca perdió de vista el ideal revolucionario.
      En El nuevo curso -publicado por entregas en la Pravda a finales de 1923-, Trotsky volvía a la carga con más vigor: apelaba a restaurar la democracia en el partido manifestándose por la libertad de las fracciones, aunque seguía descalificando a los críticos radicales como Miasnikov y definía “peligrosa” a la Oposición Obrera (67).
      Contra la degeneración burocrática del Estado, recomendaba emplear las “fuerzas sanas” del partido, mismo que, aseguraba, “se dispone a pasar a una fase superior” (68). No se percataba de que la democracia estaba en guerra contra el Estado, ciertamente, pero también contra el partido, la nueva figura del Estado en formación.
      Es claro que, a pesar de lo que alegaban sus contrincantes estalinistas, Trotsky no quiso convertirse en amenaza contra el Estado Soviético. Optó por la vía del compromiso y las concesiones organizando así su propia derrota.
      En el XIVº Congreso del partido -celebrado en diciembre de 1925, el primero totalmente dominado por los burócratas-, afirmó que “el partido siempre tiene razón porque es el único instrumento que posee la clase obrera para solucionar sus problemas (...). No se puede tener razón más que dentro del propio partido y mediante él porque la historia no ha acuñado aún otro instrumento con que tener razón” (69).
      Esa actitud lo convirtió, a la larga, en cómplice de los falsificadores. Cuando el periodista norteamericano Max Eastman difundió el testamento de Lenin en Occidente, Trotsky atendió a la solicitud del buró político de negar su autenticidad. Aceptaba así la lógica de la doble verdad: la verdad “verdadera” para los iniciados, el pequeño círculo de gobernantes; y la verdad “mentirosa” para la gran masa del pueblo (70).
      En por lo menos dos ocasiones, en octubre de 1926 y en noviembre de 1927, la llamada Oposición de Izquierda (71) que entonces gozaba también del sostén de Zinoviev y de Kamenev, abjuró solemnemente, incluso repudiando a sus simpatizantes en el extranjero.
      El 16 de noviembre de 1927, día de la exclusión de Trotsky del comité central, Adolf Joffe -uno de sus colaboradores más valiosos y un hombre que consagró toda su vida al movimiento comunista- se suicidó en protesta contra “aquellos que han reducido al partido a una condición tal que no puede reaccionar de ninguna manera contra este oprobio”.
      En un documento desgarrador, Joffe dirigió en forma de testamento político una carta a su antiguo jefe donde, después de enviarle un fuerte abrazo, le decía entre otras cosas: “siempre me pareció que a Usted, León Davidovich, le falta aquella inflexibilidad, aquella intransigencia de la que dio prueba Lenin; la capacidad de quedarse solo en caso de necesidad y de seguir en la misma dirección (…). Usted siempre tuvo razón en política; el propio Lenin lo reconoció (…) Y sin embargo, a menudo abandonó Usted la posición justa a favor de la unificación, del compromiso (…). Fue un error” (72).
      A los pocos meses, otro viejo colaborador de Trotsky, Christian Rakovski, denunció lo que llamó “los peligros profesionales del poder”: “La clase obrera y el Partido no son lo que eran hace diez años. (…) Robos, prevaricaciones, violencias, garrafas de vino, increíbles abusos de poder, despotismo ilimitado, ebriedad, desocupación: se habla de todo esto como de hechos ya conocidos, no desde hace meses sino desde hace años. (…) Lo más triste es que ningún reflejo se produce dentro del Partido y de la masa.” (73)
      Un legado ambiguo
      Estas breves notas no tienen, evidentemente, la pretensión de seguir paso a paso la compleja trayectoria política de Trotsky. Las dos biografías más completas de que disponemos -la clásica trilogía de Deutscher y, más recientemente, el volumen de Broué- rebasan ambas las mil páginas.
      Aquí se trata únicamente de intentar una suerte de balance “laico”, sin ceder a las pasiones desmedidas que levantó y sigue levantando el fundador del Ejército Rojo.
      Habría que señalar, en primer lugar, que Trotsky merece la estima de la posteridad por haberse negado a seguir participando -a partir de 1923- en la degeneración burocrática de la revolución rusa (74).
      Al mismo tiempo, todo lo dicho apunta a que León Davidovich sí tiene su parte de responsabilidad en aquella misma degeneración. “A partir del fin de 1918-1919 -escribió Victor Serge-, un espíritu de autoridad, de intolerancia, de estatismo a ultranza va prevaleciendo en el comité central bolchevique eliminando de manera cada vez más brutal los principios de Octubre. Ni Lenin ni Trotsky lo encararon realmente, más bien lo utilizaron (75).
      “Estos grandes revolucionarios - precisa Serge en otro escrito- ejercieron el Poder en condiciones particularmente graves. Su psicología de doctrinarios marxistas, convencidos de tener la verdad integral y salvadora, les hizo terriblemente intolerantes y les hizo desconocer la importancia vital de la libertad y de la democracia. (…) Al fundar la Cheka, crearon una verdadera inquisición. Al estatizar los sindicatos y las cooperativas, desarmaron a las masas y abrieron el camino al totalitarismo” (76).
      ¿Había alternativas? ¿Cuál sería la historia si en lugar de Stalin el ganador hubiese sido Trotsky? El punto es que el fundador del Ejército Rojo no podía ganar. Stalin triunfó porque expresaba mejor los intereses de la nueva clase dominante, la burocracia, que buscaba un acomodo en el concierto de la nueva situación internacional.
      Es significativa la opinión al respecto de un escritor católico como François Mauriac: “fue una suerte que el apóstol de la revolución permanente haya sido remplazado por el horror estalinista: Rusia se convirtió en una nación poderosa, pero la Revolución en Europa fue reducida a la impotencia” (77). Mauriac expresaba así, sin tapujos, las razones de la gran burguesía mundial por celebrar la victoria del Gengis Kahn georgiano.
      Separado de todo cargo gubernamental, expulsado del partido, deportado a Alma-Ata, Asia Central y luego exiliado en Turquía en espera de peores vicisitudes en el “planeta sin visado”, Trotsky intentó agrupar a sus partidarios fuera de la Unión Soviética.
      Se aferró, sin embargo, a una absurda ortodoxia que le impidió entender que el estalinismo no era una “degeneración” del bolchevismo, sino un orden social nuevo, producto de la contrarrevolución mundial.
      Ante Ciliga relata que en el campo de concentración de Verkhne-Uralsk donde estaba detenido, los trotskistas querían lo mismo que Stalin -la industrialización- aunque bajo una forma “más humana” (78). En 1930, la gran preocupación de Trotsky y sus partidarios era que la ola del “izquierdismo” estalinista pudiese comprometer al conjunto del régimen, cuya salud les preocupaba sobre manera (79).
      Lo mismo pasó en la arena internacional. En todas partes, y particularmente en España -donde se dio el último intento de asalto al cielo del proletariado europeo- (80), León Davidovich recomendó únicamente repetir el esquema de 1917, bloqueando el debate y contribuyendo a difundir el mito de la infalibilidad bolchevique. El resultado fue que muchos de sus antiguos compañeros no quisieron participar en la creación de la Cuarta Internacional y que esta nunca llegó a cuajar como una opción viable.
      En 1940, cuando el piolet asesino de Ramón Mercader lo alcanzó en su residencia de Coyoacán, Trotsky todavía definía al régimen estalinista, un “Estado proletario degenerado”. Ahora admitía, sin embargo, que podría ser “la primera etapa de una nueva sociedad de explotación” y concluía que de no conducir la guerra a la revolución mundial, el marxismo quedaría refutado y el socialismo reducido a la condición de mera utopía (81).
      Por entonces, pocos se atrevían a debatir con Trotsky: su intolerancia lo había aislado de los viejos colaboradores y de muchos interlocutores potenciales.
      Victor Serge, por ejemplo, se alejó paulatinamente del “Viejo” optando por no contestar públicamente a sus vehementes acusaciones de traición a la causa del movimiento obrero (82). El marxista antibolchevique Paul Mattick opinó que aquilatar la función histórica del fundador del Ejército Rojo implicaba “ponerlo a un lado de Lenin, Mussolini, Stalin e Hitler”, los fundadores del moderno totalitarismo (83).
      Era un juicio exagerado que, sin embargo, resumía el punto de vista de un sector consistente del movimiento obrero antiestalinista. Otros libertarios, como el marxista Otto Rühle -excomulgado por Trotsky y Lenin en 1920- y el anarquista Carlo Tresca dieron una prueba de nobleza al participar en la Comisión Internacional de Investigación sobre los Procesos de Moscú de 1936-37 (encabezada por el filósofo John Dewey) que lo absolvió de todas las calumnias estalinistas (84).
      ¿Qué nos queda de la experiencia de Trotsky?
      En mi opinión, lo más sobresaliente es su etapa juvenil, la idea expresada en 1903 de que la lógica objetiva de la lucha de clase no puede ser negada por la lógica subjetiva del partido. La crítica del bolchevismo apelando a los valores de la democracia directa.
      Y por supuesto la teoría de la revolución permanente, que nos permite entender la epopeya de los pueblos postcoloniales, contra las concepciones por “etapas”. Hoy, mucho más que en 1905, las luchas sociales tienen como escenario el mundo.
      Por último, quisiera evocar una descripción de León Davidovich que nos dejó Victor Serge, su primer biógrafo:
      “Trotsky fue un ejemplo característico de un hombre que se quiere integrar a la historia para vivir y cuyo espíritu se subordina sin cesar al sentido de la historia. Este sentimiento lo expresa muy bien en las últimas páginas de Mi vida. Que al final la doctrina y el voluntarismo hayan alterado su pensamiento en un momento en que la lucidez verdadera –en historia- dejaba tal vez de ser posible, como tampoco lo eran los análisis y las síntesis en la precipitación de los acontecimientos, no cambia nada. Él siguió su combate con armas que se habían vuelto insuficientes” (85).
      Esas palabras siguen expresando la ambivalencia y la perplejidad con que lo recordamos nosotros, los hombres y mujeres del siglo XXI que seguimos aferrados a la idea de cambiar el mundo.

      Tepoztlán, Morelos, octubre de 2005

      Notas
      (1) Citado en: Pepe Gutiérrez, “Malraux y Trotsky: encuentros y desencuentros”. Véase: http://www.fundanin.org/gutierrez11.htm. Cabe recordar que después de una breve etapa “trotskista”, Malraux fue compañero de ruta del estalinismo, justificó los procesos de Moscú y la represión de los anarquistas en España, para acabar como operador político del general De Gaulle.
      (2) Isaac Deutscher, Trotsky. El profeta armado (1879-1921), Editorial ERA, México, 1966, pág. 100.
      (3) Marx, carta a Schweitzer, 13 de febrero de 1865. Citada en Maximilien Rubel, Marx critique du marxisme, Petite Bibliothéque Payot, París, 2000, pág. 206.
      (4) Véase al respecto: la excelente introducción de Denis Authier a: León Trotsky, Informe de la delegación siberiana, Editorial Domés SA, México, 1983.
      (5) Carta citada en: Kostas Papaioannou, De Marx y del marxismo, Fondo de Cultura Económica, México 1991, pág. 224; y en: Maximilien Rubel, Pages de Kart Marx, Vol. I, Sociologie critique, 1970, Payot, París, pp. 42-45. La carta no está incluida en las ediciones que consulté de la correspondencia de Marx. Una versión en inglés se puede consultar en el sitio: http://www.marxists.org/archive/marx/works/1860/letters/60_02_29.htm
      (6) Rosa Luxemburgo, Obras escogidas, dos tomos, Editorial Pluma, Bogotá, Colombia, 1979. Véase en particular: “Problemas organizativos de la socialdemocracia”, tomo I, pp. 180-203.
      (7) El primero en mencionarlo es, que yo sepa, Victor Serge en Vida y muerte de Trotsky, Juan Pablos Editor, 1973, pág. 21 (libro póstumo, escrito en colaboración con la viuda de Trotsky, Natalia Sedova, terminado poco antes de la muerte de Serge en 1947).
      (Cool León Trotsky, Informe de la delegación siberiana, op. cit., pág. 77.
      (9) Isaac Deutscher, op. cit., pág. 98.
      (10) Trotsky, Our political tasks, on-line Edition, http://www/marxists.org/archive/trotsky/works/ , traducción del autor.
      (11) Deutscher, op. cit. pág. 99.
      (12) Boris Souvarine, Una controversia con Trotski, Universidad Autónoma de Sinaloa, Colección Renovación No. 3, Culiacán, Sinaloa, México, 1983, pág. 35.
      (13) Véase: http://www.newyouth.com/archives/classics/lunacharsky/León_davidovichtrotsky.html , traducción del autor.
      (14) Véase: Oskar Anweiler, Les Soviets en Russie (1905-1921), Éditions Gallimard, París, 1972 pp. 36-62 y Volin, La revolution inconnue, Éditions verticales, París, 1997, pp. 79-91. Por su parte, Pierre Broué, Trotsky, Librarie Arthème Fayard, París, 1988. pág. 101, sostiene, sin demostrarlo, que el Soviet fue una creación de los mencheviques.
      (15) León Trotsky, Mi vida. Ensayo autobiográfico, Editorial Stylo, dos tomos, México, 1946, tomo I, pág. 300.
      (16) L. Trotsky, Mi vida, op. cit. tomo I, pág. 305.
      (17) Anweiler, op. cit., pág. 57.
      (18) L. Trotsky, Mi vida, op. cit. tomo I, pág. 309.
      (19) León Trotsky, La era de la revolución permanente, Antología de escritos editados por Isaac Deutscher y George Novack, Ediciones Saeta, México, 1967, pág. 57.
      (20) León Trotsky, 1905. Resultados y perspectivas, Ediciones Ruedo Ibérico, dos tomos, París, 1971.
      (21) Diez años mayor que Trotsky, Parvus era entonces uno de los más brillantes teóricos marxistas. Al estallar la guerra mundial, sin embargo, acabaría como especulador y comerciante de armas por cuenta de las potencias centrales. Véase: V. Serge, op. cit., pág. 29.
      (22) P. Broué, op. cit., pág. 92.
      (23) Véase: http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/50_circ.htm
      (24) Sobre la revolución permanente en Marx véase la introducción de Alfred Rosmer a la antología de escritos de Trotsky, De la revolution, Les Éditions de minuit, París, 1963, pp.7-23.
      (25) L. Trotsky, 1905, op. cit., tomo II, pág. 187.
      (26) Op. cit. pág. 212.
      (27) Op. cit., pág. 179.
      (28) I. Deutscher, op. cit., pp. 154-55.
      (29) Texto reproducido en: Raya Dunayevskaya, Rosa Luxemburgo, la liberación femenina y la filosofía marxista de la revolución, Fondo de Cultura Económica, México, 1985, pp. 387-399.
      (30) L. Trotsky, op. cit., pp. 37-49.
      (31) R. Dunayevskaya, op. cit., pág. 327.
      (32) Victor Serge, El año I de la revolución rusa, Siglo XXI Editores, México, pág. 56.
      (33) “Nuestras diferencias”, texto está incluido L. Trotsky, 1905. Resultados y Perspectivas, op. cit. tomo II, pp. 127-137.
      (34) Volin, op. cit., pp. 715-16.
      (35) Pierre Broué, El partido bolchevique, Capítulo IV, versión disponible en Internet: http://www.geocities.com/trotskysigloxxi/P_Bolchevique/Prefacio.htm
      (36) León Trotsky, Historia de la Revolución rusa, tomo I, cap. 21. Versión disponible en Internet: http://www.marxists.org/espanol/trotsky/histrev/cap_21.htm
      (37) V. Serge, El año I de la revolución rusa, op. cit., pág. 56.
      (38) Véase: http://www.marxists.org/espanol/lenin/index.htm
      (39) Boris Souvarine, Staline. Aperçu historique du bolchevisme, Éditions Ivrea, París 1992 (la primera edición es de 1940), pág. 154.
      (40) R. Dunaevskaya, op. cit., pág. 331.
      (41) En el segundo proceso de Moscú, celebrado en enero de 1937, el acusador Vishinsky exhibió los panfletos de aquellos años como pruebas fehacientes del “venenoso antileninismo” de Trotsky. Véase: Not Guilty. Report of the 1938 commission of inquiry into the charges made against León Trotsky in the Moscow trials, Pathfinder Press, New York, 1972 (la primera edición es de 1938), pág. 329.
      (42) Victor Serge, “Treinta años después de la Revolución Rusa”, en: http://www.fundanin.org/serge.htm
      (43) Victor Serge, “La vida y la muerte de León Trotski”, artículo publicado por la revista Mundo, México, octubre de 1944 (no confundirlo con el libro del mismo título). Véase: http://www.fundanin.org/aserge.htm
      (44) Rosa Luxemburgo, op. cit. tomo II, “La revolución rusa”, pp. 240 y 257.
      (45) Alexandra Kolontai, La Oposición en la URSS, Schapire editor, Buenos Aires, 1975, pág. 29.
      (46) “Manifeste du groupe ouvrier du PC russe (bolchevik)”, publicado en traducción francesa por la revista Invariance, serie II, núm. 6, mayo de 1975. Véase también: Roberto Sinigaglia, Miasnikov e la rivoluzione russa, Jaca Book, Milán, 1973; Paul Avrich, “Bolshevik Opposition to Lenin. G. T. Miasnikov and the Workers' Group”, http://fraternitelibertaire.free.fr/reserve/bolshevik_opposition_to_lenin.rtf
      (47) Al contrario de sus discípulos rusos, Marx pensaba que en determinadas condiciones, la comuna campesina sí podía llegar a ser “un elemento regenerador de la sociedad rusa”. Véase el esbozo de carta a Vera Zasulich (1881) en: http://www.marxismoeducar.cl/cartme19.htm#fnB1
      (48) León Trotsky Escritos militares. Véase: http://www.nestormakhno.info/new.htm
      (49) Volin, op. cit., pág. 580.
      (50) Victor Serge, Memorias de mundos desaparecidos (1901-1941), Siglo XXI Editores, México, 2002, pp. 112 y 158.
      (51) Volin, op. cit., pág. 515. Véase también: Ida Mett, La Commune de Cronstadt. Crépuscule sanglant des Soviets, Cahiers de Spartacus, Paris, 1977; Paul Avrich, Cronstadt, 1921, Princeton University Press, 1970 (traducción italiana, Mondadori, Milán, 1971).
      (52) En un intento de justificar a Trotsky, Broué (Trotsky, op. cit., pp. 294-95) sostiene que las investigaciones de Avrich revelan que sí hubo un complot de los blancos detrás de los marinos rebeldes. Sin embargo, omite decir que este autor concluye señalando que no existen pruebas de una ingerencia de los blancos sobre los marinos rebeldes, quienes en gran parte eran antiguos bolcheviques o anarquistas (Avrich, op. cit., pág. 122).
      (53) B. Souvarine, op. cit., pág. 249.
      (54) V. Serge, “La vida y la muerte de León Trotski”, artículo citado.
      (55) León Trotsky, Terrorismo y comunismo, capítulo 8, “Los problemas de la organización del trabajo”. Una versión en francés se puede consultar en el sitio: http://www.marxists.org/francais/trotsky/livres/t_c/t_c.htm
      (56) León Trotsky, Terrorismo y comunismo, op. cit.
      (57) V. I. Lenin, “La crisis del partido”, http://www.marxists.org/archive/lenin/works/1921/jan/19.htm
      (58) V.I. Lenin, “El tercer Congreso de la Internacional Comunista, 1921, http://www.marxists.org/arc hive/lenin/works/1921/jun/12.htm
      (59) Victor Serge, “Treinta años después de la Revolución Rusa”, op. cit.; B. Souvarine, op. cit., pág. 249.
      (60) Ida Mett, Le paysan russe dans la revolution et la post-revolution, Cahiers de Spartacus, París, 1968, pág. 34.
      (61) Ante Ciliga, Dix ans au pays du mensonge déconcertant, Éditions Champ Libre, París, 1977. Véase en particular la parte III, el capítulo “Lenine aussi” pp. 260-75.
      (62) Isaac Deutscher, Trotsky. El profeta desarmado (1921-1929), Editorial Era, México, 1968, pág. 24.
      (63) Véase: http://www.marxists.org/espanol/lenin/1920s/testamento.htm
      (64) Walter Laqueur, Stalin. Revelaciones, Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 1991, pág. 34. Para un análisis del testamento de Lenin y de las circunstancias políticas del momento, es indispensable: Moshe Lewin, Le dernier combat de Lénine, Les Editions de Minuit, París, 1967.
      (65) León Trotsky, Mi vida, op. cit., tomo II, pág. 327-28.
      (66) J. V. Stalin, “The October Revolution and the Tactics of the Russian Communists”, http://www.marxists.org/reference/archive/stalin/works/1924/12.htm
      (67) León Trotsky, El nuevo curso. Problemas de la vida cotidiana, Cuadernos de Pasado y Presente, Buenos Aires, 1971, pp. 40 y 43.
      (68) Op. cit., pp. 26.
      (69) Citado en: Pierre Broué, El partido bolchevique, op. cit., Cap. IX.
      (70) Ante Ciliga, testimonio ante la Comisión Dewey, 1937. Véase: Not Guilty, op. cit., pág. 363.
      (71) Igual que Lenin, Trotsky siempre buscaba una “derecha”, un “centro” y una “izquierda” en las diferentes corrientes del movimiento obrero. Esto llevó a groseras simplificaciones. Bujarin fue considerado de extrema izquierda en 1918 y de derecha a partir de 1925. Zinoviev y Kamenev pasaron del “derechismo”, al “centrismo” y al “izquierdismo”. El propio Trotsky pasó del “centrismo” de la década anterior a la revolución al “izquierdismo” de finales de los años veinte.
      (72) Véase: http://www.faits-et-documents.com/bilan_communisme/lettre_joffe.htm
      (73) Christian Rakovski, “Los peligros profesionales del poder”:http://www.marxists.org/espanol/rakovski/1928/08-1928.htm
      (74) Ante Ciliga, L’Insurrection de Cronstadt et la destinée de la révolution russe, Edition Allia, París, 1983, pág.15.
      (75) Victor Serge et León Trotsky, La lutte contre le stalinisme. Textes 1936-38, Ed. Maspero, Paris, 1977, pp.187-88.
      (76) Victor Serge, “La vida y la muerte de León Trotski”, art. cit..
      (77) François Mauriac “Un comentario sobre la autobiografía de Trotsky”. Véase: http://www.fundanin.org/mauriac.htm
      (78) Ciliga fue detenido en 1930 en cuanto integrante de la Oposición de Izquierda a la que perteneció entre 1928 y 1932. Véase: Not guilty, op. cit., pág. 43.
      (79) Ante Ciliga, op. cit., pp. 111 y 205.
      (80) Para una crítica puntual de las opiniones de Trotsky sobre la España en los años treinta, véase: Ignacio Iglesias, Experiencias de la revolución. El POUM, Trotsky y la intervención soviética, Editorial Laertes, Barcelona, 2003.
      (81) Leon Trotsky, En defense du marxisme, Études et documentations internationales, París, 1972, pág., 110.
      (82) Para un recuento de la dolorosa ruptura entre Trotsky y Serge, véase: Richard Greeman, “Serge y Trotsky”, Revista Vuelta, febrero de 1982.
      (83) Paul Mattick, “Trotsky, 1940”, Living Marxism, otoño de 1940. Ahora disponible en :http://www.marxists.org/archive/mattick-paul
      (84) Not Guilty, op. cit..
      (85) Victor Serge, Carnets, Actes Sud, Arles, 1985, pág. 54 (entrada del 5 de enero de 1944).

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