Sobre capitalismo, chimpancés y otros primates
Jorge Riechmann
La economía política fundada por Adam Smith y David Ricardo se
estableció sobre la base de un individuo guiado por móviles egoístas: es
el famoso Homo economicus maximizador de su propia función de utilidad,
que hoy, dos siglos después de Smith, sigue campando por sus respetos
por toda la mainstream economics (o sea la economía neoclásica
convencional)[1].
Podemos preguntarnos al menos tres cosas: si este modelo antropológico
presupuesto por la economía convencional se asemeja en algo a los seres
humanos reales; cómo puede uno llegar a pensar que sí se asemeja; y si
es bueno para la ciencia económica trabajar a partir de un modelo
antropológico tan extremadamente tosco y reductivo.
La respuesta a la primera pregunta es, de manera bastante obvia, que no.
Los seres humanos no son siempre y en toda circunstancia egoístas
conscientemente maximizadores de su propio interés. Las motivaciones de
sus actos son complejas, y entre ellas desempeñan un papel importante,
por ejemplo, las normas sociales (una de cuyas importantes
características es precisamente que la conducta guiada por normas
sociales no se preocupa por los resultados)[2]. La famosa serie de
experimentos que desarrollaron Daniel Kahneman y Amos Tversky a partir
de los años setenta del siglo XX mostró que la conducta humana en
contextos económicos reales esta lejos de ajustarse a las simplezas de
la maximización de utilidad[3]. Y, más recientemente, en diversos
experimentos con estudiantes universitarios occidentales (vale decir,
con sujetos juveniles expuestos a una “socialización de mercado” que
presumiblemente alentará las disposiciones egoístas) se ha visto que
sólo la cuarta parte, aproximadamente, se ajusta a las preferencias
egoístas del Homo economicus.[4]
Un aspecto interesante de estas investigaciones con seres humanos y
otros primates es que muestran que, aunque los seres humanos no
ajustemos nuestra conducta a la del modelo que supone el Homo
economicus, ¡los chimpancés sí que lo hacen en gran medida! Parecen ser
maximizadores racionalmente egoístas de una forma que a nosotros nos
resulta ajena.
En efecto, el conocido “juego del ultimátum” se ha adaptado para
chimpancés (con uvas en vez de monedas: las uvas están entre los
alimentos que ellos más aprecian). Recordemos que se trata de un juego
experimental de economía en el cual dos partes interactúan de manera
anónima y sólo una vez (por lo que la reciprocidad no entra en
consideración). El primer jugador propone cómo dividir una determinada
suma de dinero con el segundo (por ejemplo diez euros; o diez uvas, en
el caso de los chimpancés). Si éste último rechaza la oferta, nadie
obtiene nada. En cambio, si la acepta, el primer jugador obtiene lo que
propuso y, el segundo, el resto.
Como nos recuerda Wikipedia, entre los seres humanos “todas las pruebas
que se han hecho de este juego muestran que nunca el que propone el
ultimátum consigue abusar del que lo recibe, quien prefiere renunciar a
un beneficio pequeño castigando al que pretende obtener un beneficio
mayor basado en la decisión racional. En la práctica, en la mayoría de
los casos el oferente propone un reparto equitativo y en muchos casos,
espontáneamente, ofrece una cantidad superior a la que se reserva. El
juego del ultimatum se usa como evidencia contra las teorías del homo
economicu,s pues muestra que las elecciones a partir de criterios de
justicia priman sobre las de beneficio”. En efecto, en la gran mayoría
de las culturas humanas el proponente ofrecerá el 40% o más de la
cantidad en juego, y el receptor no aceptará cantidades por debajo del
30%. Sin embargo, entre los chimpancés el proponente ofrecerá el mínimo
posible (una uva de diez, por ejemplo) y el receptor aceptará cualquier
cosa por encima de cero (esa mísera uva, aunque el otro se quede con
nueve)… ¡No castigan las ofertas injustas como lo hacemos los seres
humanos! [5]… En fin, quizás el capitalismo podría funcionar bien si
estos primos cercanos nuestros sumasen a sus disposiciones naturales
cierto salto cognitivo y un afán por la búsqueda despiadada de la
ganancia, pero en el mundo humano el capitalismo resulta más bien
antinatural…
El ilustre economista (y premio Nobel) Amartya Sen ha señalado que no
contamos con ninguna evidencia ni de que la maximización del propio
interés suponga la mejor aproximación al comportamiento humano real, ni
para decir que lleva necesariamente a unas condiciones económicas
óptimas. De hecho, hay conocimiento histórico y etnográfico, así como
abundante investigación empírica, que muestran pautas sistemáticas de
comportamiento humano incompatibles con el modelo del Homo
economicus[6]. En los laboratorios de la “economía experimental” los
individuos reales no se comportan como egoístas maximizadotes de su
utilidad[7]. Y es patente que existen economías capitalistas
–señaladamente la japonesa, una de las economías capitalistas más
poderosa del planeta– en las que la desviación sistemática del
comportamiento egoísta hacia un comportamiento basado en la norma
–deber, lealtad, buena voluntad, etc– es un factor fundamental del éxito
económico. Oigamos al propio Sen:
“El éxito de algunas economías de libre mercado, como Japón, en la
producción eficiente se ha citado también como evidencia favorable a la
teoría del egoísmo. No obstante, él éxito del libre mercado no nos dice
nada acerca de la motivación en la que se apoya la acción de los agentes
económicos en dicha economía. En realidad, en el caso de Japón, existe
una fuerte evidencia empírica que sugiere que las desviaciones
sistemáticas del comportamiento egoísta hacia el deber, la lealtad y la
buena voluntad han desempeñado un papel fundamental en el éxito
industrial. Lo que Michio Morishima (1982) denomina el ‘carácter
japonés’ es, sin duda, difícil de encajar en ninguna descripción
sencilla del comportamiento egoísta (ni siquiera teniendo en cuenta los
efectos indirectos). [...] De hecho, el dominio, en Japón, del
comportamiento basado en la norma se puede ver no sólo en términos
económicos sino también en otras esferas de la conducta social, como en
la rareza de arrojar basura al suelo, la poca frecuencia de pleitos, el
número extraordinariamente reducido de abogados y el índice muy bajo de
criminalidad comparada con otros países de riqueza similar.”[8]
Tiendo a pensar que la respuesta a la segunda pregunta –cómo se puede
dar por bueno que el Homo oeconomicus describe con alguna exactitud el
comportamiento humano real– tiene bastante que ver con la socialización
dentro de una economía capitalista “naturalizada”, esto es, a la que se
considera un orden económico “natural” e inmutable, si no el único
posible.
Ahora bien: el mercado, a lo largo de la historia, ha sido
frecuentemente criticado desde criterios éticos. Aristóteles (libro
quinto de la Ética nicomaquea y libro primero de la Política) explicaba
que el mercado destruye la posibilidad de la amistad y el civismo, que
crea angustia en cuanto a los medios de existencia, y que por
consiguiente es incompatible con la virtud humana. Pero no hace falta
que nos remontemos tan atrás en la historia del pensamiento occidental,
sino que basta con que reflexionemos un poco. Los mercados capitalistas,
una vez establecidos (a un coste histórico enorme)[9], tienden a
fomentar el egoísmo como rasgo de carácter. En efecto: en un intercambio
mercantil típico, cada uno de los dos agentes tiende a desear los
mejores términos de intercambio para sí mismo; intenta obtener lo más
posible cediendo lo menos posible, y se esfuerza por que el otro reciba
lo menos posible y ceda lo más posible. Cada cual trata al otro de
manera puramente instrumental, como un objeto del que dispone para sus
propios fines. El altruismo más o menos consecuente es por definición
imposible en una economía competitiva de mercado (lleva a quien lo
practica a una ruina segura). Es fácil ver que a medida que las
relaciones mercantiles invaden todos los ámbitos de la existencia
humana, las actitudes y comportamientos egoístas tienden a
generalizarse. Por tanto, la relación de causalidad más adecuada, a mi
juicio, no es que hay mercados porque el ser humano sea egoísta, sino
que el ser humano tiende a hacerse más egoísta a medida que se
generalizan los mercados.
Tengamos siempre presente, para no obcecarnos, que todo régimen
económico moderno incorpora siempre un sector de mercado, otro de
planificación y otro de reciprocidad[10], con peso diferente en las
diferentes sociedades. En la sociedad japonesa, por ejemplo, que es muy
amiga del regalo, el valor monetario de lo que se redistribuye mediante
regalos asciende nada menos al 5% del producto nacional, sin incluir los
servicios intrafamiliares ordinarios[11].
Y no olvidemos tampoco que existen o han existido sociedades –las
llamamos “primitivas”– en las que las relaciones de reciprocidad
dominaban por completo las conductas económicas. Así, por ejemplo, los
cazadores-recolectores bosquimanos o australianos cazan colectivamente; y
cuando un aborigen mata un canguro, no se queda con nada para él mismo,
sino que lo entrega troceado a los demás de acuerdo con reglas bien
definidas (por las relaciones de parentesco). Podríamos acumular los
ejemplos etnológicos hasta la saciedad.
“Se nos enseña a creer que el ser humano es esencialmente una criatura
adquisitiva, y que, abandonado a sus propios impulsos, se comportará
como lo haría cualquier hombre de negocios que se precie. Constantemente
se nos inculca que la persecución del beneficio es tan vieja como el
mismo ser humano. Pero no lo es. La motivación por el beneficio, en la
forma en que hoy la conocemos, sólo es tan vieja como ‘el hombre
moderno’. Incluso hoy la noción de la ganancia por la ganancia resulta
extraña a gran parte de la humanidad, y se hizo notar por su ausencia
durante gran parte de la historia registrada…”[12]
La respuesta a la tercera pregunta es, a mi juicio, que el restrictivo e
irreal supuesto del comportamiento egoísta ha dañado la calidad del
análisis económico. Oigamos por ejemplo a un premio Nobel de economía:
“La naturaleza de la economía moderna se ha visto empobrecida
sustancialmente por el distanciamiento que existe entre la economía y la
ética”[13]. El profesor Sen ha dedicado un libro entero –Ética y
economía– a la investigación de esta cuestión, que no puedo abordar
aquí.
[1] Sobre el abuso que se hace de Smith a la hora de legitimar al Homo
oeconomicus, véase Amartya Sen: Sobre ética y economía. Alianza, Madrid
1990, p. 38-45; y Serge-Christophe Kolm: La bonne économie -La
réciprocité générale, PUF, Paris 1984, p. 21.
[2] Véase Jon Elster: Tuercas y tornillos. Gedisa, Barcelona 1990, p. 115-124.
[3] Su artículo seminal “Judgment under uncertainty” es de 1974. Una
síntesis de las aplicaciones de esta línea de investigacion a la teoría
económica en Richard H. Thaler, Quasi Rational Economics, Russell Sage
Foundation 1991.
[4] Samuel Bowles y Herbert Gintis: “¿Ha pasado de moda la igualdad? El
Homo reciprocans y el futuro de las políticas igualistaristas”, en
Roberto Gargarella y Félix Ovejero (comps.), Razones para el socialismo,
Paidos, Barcelona 2001, p. 184.
[5] Véase Josep Call, “Prosocialidad y origen de la justicia en humanos y
otros primates”, ponencia en el curso “Dimensiones sociales del animal
humano: una interpretación evolutiva”, Facultad de Biología de la UAM,
12 al 21 de diciembre de 2011.
[6] Véase por ejemplo Joseph Heinrich, Robert Boyd, Samuel Bowles y
otros: “In search of Homo economicus: Behavioral experiments in 15
small-scale societies”, AEA Papers and Proceedings vol. 91 num. 2, mayo
de 2001.
[7] Fernando Aguiar, Antonio Gaitán y Blanca Rodríguez: “¿Qué es la
filosofía experimental?”, ponencia enla XVII Semana de Ética y Filosofía
Política (Donosti/ San Sebastián,1 a 3 de junio de 2011).
[8] Sen: Sobre ética y economía, op. cit., p. 36. Véase también el
capítulo 6 (“Cómo viven los japoneses”) de Ética para vivir mejor de
Peter Singer, Ariel, Barcelona 1995.
[9] Sobre la violentación antropológica que ha sido necesaria para la
instauración del capitalismo, véase Félix Ovejero Lucas, De la
naturaleza a la sociedad, Barcelona, Península 1989, p. 2 y ss., 32-33,
63. Véase también La gran transformación, la clásica obra de Karl
Polanyi.
[10] Kolm: La bonne économie, op. cit., p. 65 y ss.
[11] Kolm: La bonne économie, op. cit., p. 63.
[12] Robert Heilbronner, The Worldly Philosophers: The Lives, Times and
Ideas of Great Economic Thinkers, Simon & Schster, Nueva York 1953,
p. 22.
[13] Sen: Sobre ética y economía, op. cit., p. 25.
sobre capitalismo, chimpancés y otros primates « tratar de comprender, tratar de ayudar
__________________
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everything reminds me of sex, but I try to keep it out of my papers."
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