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      ¿Son suficiente las medidad keynesianas contra la crisis?

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      Brescia


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      ¿Son suficiente las medidad keynesianas contra la crisis? Empty ¿Son suficiente las medidad keynesianas contra la crisis?

      Post  Brescia Mon Aug 17, 2009 10:45 am

      Con demasiada frecuencia se olvida que el éxito de Bretton Woods estuvo precedido de un gigantesco esfuerzo de "destrucción creativa" , por calificar así la debacle de las dos guerra mundiales, que los que emplearon métodos "keynesianos" - mas que keynesianos, fueron "listianos" fieles partidarios de la teoría de Friedrich List, padre del tan celebrado por Lenin "industrialismo alemán" - fueron... los nazis, y que, desde él, mas pronto que tarde, el Reich (a principios de siglos creando una armada capaz de disputar a Gran Bretaña el dominio de los océanos ) necesitó de un èlan vital donde expandirse, en Africa y el Pacífico primero, y con Hitler en Europa Oriental y la URSS.

      Keynes hizo milagros sobre las ruinas, bien está, en esta crisis son legión los redescubridores de Keynes, sin bien no pocos olvidan que a pesar de las apariencias simpre estuvo por aquí complementando a los sectarios de Mont Pellerin.

      Walden Bello desacarta a Keynes en la hora presente, no detendrá la sobreproducción y sus consecuencias, (¡la saturación capitalista, cabe decir!) y descree que el actual marco económico planetario, ya no estatal, haga eficaces las medidas de incentivación de la demanda agregada, incluso afirma que la apuesta es: se necesita una redistribución masiva de la renta, atacar sin treguas ni compases de espera, directamente, el problema de la pobreza, una transformación radical de las relaciones de clase, la desglobalización y, acaso, la superación del capitalismo mismo, si hay que atender a las amenazas de cataclismo medioambiental.
      Un lástima que a este tipo de medidas no las llame prosocialistas, socializadoras, pero Bello rechaza como gastados, equívocos, contraproducentes, que le vamos a hacer, los conceptos de SOCIALISMO o COMUNISMO, aunque tire de Marx y Luxemburgo con convicción sobre la utilidad de sus tesis en esta hora.


      Keynes: ¿Un hombre actual?
      Walden Bello · · · · ·

      19/07/09


      Una de las consecuencias más significativas del colapso de la economía neoliberal, con su culto al “mercado autorregulador”, ha sido el resurgimiento del gran economista inglés John Maynard Keynes.

      No son solamente sus escritos lo que hace a Keynes muy actual. Es, además, el espíritu que los impregna, que evoca la pérdida de fe en lo viejo y el anhelo de algo que todavía está por nacer. Aparte de su clarividencia, sus reflexiones sobre la condición de Europa después de la 1ª Guerra Mundial resuenan con nuestra mezcla habitual de desilusión y esperanza:

      Inmersos en nuestra actual confusión de objetivos ¿queda algo de lucidez pública para preservar la equilibrada y compleja organización gracias a la que vivimos? El comunismo está desacreditado por los acontecimientos; el socialismo, en su anticuada interpretación, ya no interesa al mundo; el capitalismo ha perdido su confianza en sí mismo. A menos que los seres humanos se unan para un objetivo común o se muevan por principios objetivos, cada mano irá por su lado, y la búsqueda no regulada de los intereses individuales puede rápidamente destruir el conjunto.

      El gobierno del mercado

      El gobierno debe intervenir para remediar los fallos del mercado. Esta es naturalmente la gran lección de Keynes, derivada de su forcejeo con el problema de cómo sacar al mundo de la Gran Depresión de 1930. Keynes argumentaba que el mercado por sí solo lograría el equilibrio entre oferta y demanda muy por debajo del pleno empleo y podría permanecer allí indefinidamente. Para impulsar la economía hacia un proceso dinámico que lleve al pleno empleo, el gobierno tiene que actuar como un deus ex machina, invirtiendo masivamente para crear la “demanda efectiva” que reanude y sostenga la maquinaria de la acumulación de capital.

      Como medidas preferentes para evitar una depresión, el paquete de estímulos de 787.000 millones de dólares del Presidente Barack Obama, así como los estímulos públicos ofrecidos en Europa y en la China, son clásicamente keynesianos. La medida del triunfo de Keynes, después de casi 30 años en la oscuridad, se puede ver en el impacto punto menos que marginal del discurso público de gentes como el republicano Russ Limbaugh, el Instituto Cato y otras especies de dinosaurios neoliberales, con sus jeremiadas sobre la “gran deuda que se pasa a las generaciones futuras”.

      Sin embargo, el resurgimiento de Keynes no es solamente una cuestión política. El presupuesto teórico del individuo que maximiza racionalmente sus intereses ha sido desplazado del centro del análisis económico por dos ideas. Una de ellas, que centra el pensamiento actual, es la penetración de la incertidumbre en la toma de decisiones, una incertidumbre con la que tratan de lidiar los inversores asumiendo –de forma harto implausible— que el futuro será como el presente e ideando técnicas para predecir y gestionar el futuro basándose en ese supuesto. La idea keynesiana al respecto es que la economía no se rige por cálculos racionales, sino que los agentes económicos están regidos por “espíritus animales”, es decir, movidos por su “necesidad espontánea de actuar”.

      Entre esos espíritus animales, la confianza es crucial, y la presencia o ausencia de la misma está en el centro de la acción colectiva que dirige las expansiones y contracciones económicas. Lo que predomina no es el cálculo racional, sino los factores de conducta y psicológicos. Desde este punto de vista, la economía es como un maníaco depresivo llevado de un extremo a otro por los desequilibrios químicos, con la intervención y la regulación gubernamental jugando un papel semejante al de los estabilizadores farmacológicos del humor. La inversión no es un asunto de cálculo racional, sino un proceso maníaco que Keynes describe como “un juego sillas musicales, como un juego de descarte de naipes en el que se trata de librarse de la sota – la deuda tóxica— y pasarla a tu vecino antes de que la música se pare”. “Aquí, señala el biógrafo de Keynes, Robert Skidelsky, reside la anatomía reconocible de la ‘exuberancia irracional’ seguida de pánico que ha presidido la crisis actual”

      Los inversores desbocados y los sumisos reguladores no son los únicos protagonistas de la tragedia reciente. La hybris de los economistas neoliberales también jugó su parte. Y Keynes tuvo al respecto intuiciones muy relevantes para nuestro tiempo. Consideró a la teoría economía como “una de estas bonitas y cómodas técnicas que intentan tratar el presente haciendo abstracción del hecho de que conocemos muy poco del futuro”. Como señala Skidelsky, fue verdaderamente “famoso por su escepticismo respecto a la econometría”, y para él, los números eran “simples indicaciones, estimulantes para la imaginación”, antes que expresiones de certidumbre o de probabilidades de acontecimientos pasados y futuros.

      Con su modelo de homo economicus racional hecho añicos y una econometría que ha perdido crédito a ojos vista, los economistas contemporáneos harían bien en prestar atención al consejo de Keynes, de acuerdo con el cual “sería espléndido que los economistas fueran capaces de considerarse a sí mismos como gente humilde y competente, al mismo nivel que los dentistas”. Sin embargo, aun si muchos dan la bienvenida a la resurrección de Keynes, otros dudan de su relevancia respecto al período actual. Y estas dudas no se limitan a los reaccionarios.

      Limitaciones del Keynesianismo

      Entre otras cosas, el keynesianismo es principalmente un instrumento para reavivar las economías nacionales, y la globalización ha complicado enormemente este problema. En las décadas de 1930 y 1940 reavivar la capacidad industrial en economías capitalistas relativamente integradas era cosa que tenía que ver sobre todo con el mercado interior. Actualmente, con tantas industrias y servicios transferidos o deslocalizados hacia zonas de bajos salarios, los programas de estímulo de tipo keynesiano que ponen dinero en manos de los consumidores para que los gasten en bienes tienen un impacto mucho menor como mecanismos de recuperación sostenible. Puede que las corporaciones transnacionales y las ubicadas en China obtengan beneficios, pero el “efecto multiplicador” en economías desindustrializadas como los Estados Unidos y Gran Bretaña puede ser muy limitado.

      En segundo lugar, el mayor lastre de la economía mundial es el hiato abismal –en términos de distribución de renta, penetración de la pobreza y nivel de desarrollo económico– entre Norte y Sur. Un programa keynesiano “globalizado” de estímulo del gasto, financiado con ayuda y préstamos del Norte, es una respuesta muy limitada a este problema. El gasto keynesiano puede evitar el colapso económico e incluso inducir algún crecimiento. Pero el crecimiento sostenido exige una reforma estructural radical: el tipo de reforma que implica una desestructuración fundamental de las relaciones económicas entre las economías capitalistas centrales y la periferia global. Ni que decir tiene: el destino de la periferia –las “colonias”, en tiempos de Keynes– no despertaba demasiado interés en su pensamiento.

      Tercero, el modelo de Keynes de capitalismo gestionado simplemente pospone, más bien que ofrece, una solución a una de las contradicciones centrales del capitalismo. La causa subyacente de la crisis económica actual es la sobreproducción, en que la capacidad productiva sobrepasa el crecimiento de la demanda efectiva y presiona a la baja los salarios. El estado capitalista activo inspirado en Keynes y surgido en el período posterior a la II Guerra Mundial, pareció durante un tiempo superar las crisis de la sobreproducción con su régimen de salarios relativamente altos y su gestión tecnocrática de las relaciones capital-trabajo. Sin embargo, con la adición masiva de nueva capacidad por parte de Japón, Alemania y los nuevos países en vías de industrialización en las décadas de los 60 y los 70, su capacidad para hacerlo empezó a fallar. La estanflación resultante –la coincidencia de estancamiento e inflación– se extendió por el mundo industrializado a finales de la década de los 70.

      El consenso keynesiano se desmoronó cuando el capitalismo intentó reanimar su rentabilidad y superar la crisis de sobreacumulación rompiendo el compromiso capital-trabajo con la liberalización, la desregulación, la globalización y la financiarización. Esas políticas neoliberales –así hay que entenderlo— constituyeron una vía de escape a los problemas de sobreproducción que estaban en la base del Estado de bienestar. Como sabemos ahora, no lograron regresar a los “años dorados” del capitalismo de la postguerra. En cambio, trajeron consigo el colapso económico actual. Sin embargo, es harto improbable que un retorno al keynesianismo pre-1980 vaya a ser la solución de las persistentes crisis de sobreproducción del capitalismo.

      La Gran Laguna

      Tal vez el mayor obstáculo para un resurgimiento del keynesianismo sea su prescripción clave de revitalizar el capitalismo con la aceleración del consumo y la demanda global en un contexto de crisis climática como el presente. Mientras que el primer Keynes tenía un aspecto maltusiano, sus trabajos posteriores apenas se refieren a lo que actualmente se ha convertido en relación problemática entre el capitalismo y el medio ambiente. El desafío de la economía en el momento actual es aumentar el consumo de los pobres del planeta con un el menor impacto posible sobre medio ambiente, tratando al propio tiempo de reducir drásticamente el consumo ecológicamente dañino –sobreconsumo— en el Norte. Toda la retórica sobre la necesidad de reemplazar al consumidor estadounidense en bancarrota por un campesino chino inducido a un estilo norteamericano de consumo como motor de la demanda global es tan necia como irresponsable.

      Dado que el impulso primordial del beneficio como objetivo es transformar la naturaleza viva en mercancías muertas, hay pocas probabilidades de reconciliar la ecología con la economía – incluso bajo el capitalismo tecnocrático gestionado por el Estado que preconizaba Keynes.

      “¿Volvemos a ser todos keynesianos?”

      En otras palabras, el keynesianismo proporciona algunas respuestas a la situación actual, pero no proporciona la clave para superarla. El capitalismo global ha enfermado debido a sus contradicciones inherentes, pero lo que se precisa no es una segunda ronda de keynesianismo. La profunda crisis internacional exige severos controles de la libertad de movimiento de los capitales, regulaciones estrictas de los mercados, tanto financieros como de mercancías, y un gasto público ciclópeo. Sin embargo, las necesidades de la época van más allá de estas medidas keynesianas: se necesita una redistribución masiva de la renta, atacar sin treguas ni compases de espera, directamente, el problema de la pobreza, una transformación radical de las relaciones de clase, la desglobalización y, acaso, la superación del capitalismo mismo, si hay que atender a las amenazas de cataclismo medioambiental.

      “Todos volvemos a ser keynesianos” –parafraseando, ligeramente modificada, la famosa frase de Richard Nixon— es el tema que une a Barack Obama, Paul Krugman, Joseph Stiglitz, George Soros, Gordon Brown y Nicholas Sarkozy, por muchos diferencias que pueda haber entre ellos en la puesta por obra de las prescripciones del maestro. Pero un resurgimiento acrítico de Keynes podría terminar no siendo más que la enésima confirmación de la celebérrima sentencia de Marx, según la cual la historia se repite dos veces: la primera como tragedia; la segunda, como farsa. Para resolver nuestros problemas presentes no precisamos solo de Keynes. Necesitamos nuestro propio Keynes.

      Walden Bello, profesor de ciencias políticas y sociales en la Universidad de Filipinas (Manila), es miembro del Transnational Institute de Amsterdam y presidente de Freedom from Debt Coalition, así como analista sénior en Focus on the Global South.

      Traducción para www.sinpermiso.info: Anna Maria Garriga
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      Brescia


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      Post  Brescia Mon Aug 17, 2009 11:00 am

      in english:
      http://www.huffingtonpost.com/walden-bello/keynes-a-man-for-this-sea_b_228934.html

      Keynes: A Man for This Season? Walden Bello




      One of the most significant consequences of the collapse of neoliberal economics, with its worship of the "self-regulating market," has been the revival of the great English economist John Maynard Keynes.

      Not only do his writings make Keynes very contemporary. Ther is also the mood that permeates them, which evokes the loss of faith in the old and the yearning for something that is yet to be born. Aside from their prescience, his reflections on the condition of Europe after World War I resonate with our current mix of disillusion and hope:

      In our present confusion of aims, is there enough clear-sighted public spirit left to preserve the balanced and complicated organization by which we live? Communism is discredited by events; socialism, in its old-fashioned interpretation, no longer interests the world; capitalism has lost its self confidence. Unless men are united by a common aim or moved by objective principles, each one's hand will be against the rest and the unregulated pursuit of individual advantage may soon destroy the whole.
      Governing the Market

      Government must step in to remedy the failure of the market. This is, of course, the great lesson that Keynes imparted, one derived from his wrestling with the problem of how to bring the world out of the Great Depression of the 1930s. Keynes argued that the market, left to itself, would achieve equilibrium between supply and demand far below full employment and could stay there indefinitely. To kick-start the economy into a dynamic process that would move it toward full employment, the government had to serve as a deus ex machina by spending massively to create the "effective demand" that would restart and sustain the engine of capital accumulation.

      As preemptive measures to stave off a depression, President Barack Obama's $787 billion stimulus package, as well as those of Europe and China, is classically Keynesian. The measure of Keynes' triumph after nearly 30 years in the wilderness is the marginal impact that Republicans, Russ Limbaugh, the Cato Institute and other species of neoliberal dinosaurs have made on the public discourse with their talk of "passing on a huge debt to coming generations."

      The revival of Keynes is not, however, simply a policy matter. Two ideas have displaced the theoretical assumption of the individual rationally maximizing his or her interest from the center of economic analysis. One of these ideas driving current thinking is the pervasiveness of uncertainty in the making of decisions, which investors try to deal with by assuming (improbably) that the future will be like the present, and by coming up with techniques to predict and manage the future based on these assumption. The related Keynesian notion is that the economy is driven not by rational calculus but by "animal spirits" on the part of economic actors, that is, by their "spontaneous urge to action."

      Key among these animal spirits is confidence, the presence or absence of which is at the center of the collective action that drives economic expansions and contractions. Not rational calculation but behavioral or psychological factors predominate. From this standpoint, the economy is like a manic depressive driven by chemical imbalances from one pole to the other, with government intervention and regulation playing a role akin to that of chemical mood-stabilizers. Investment isn't a matter of rational calculus but a manic process that Keynes described as "a game of Snap, of Old Maid, of Musical Chairs, the object of which to pass on the Old Maid — the toxic debt — to one's neighbor before the music stops." Here, notes Keynes' biographer Robert Sidelsky, "is the recognizable anatomy of the 'irrational exuberance,' followed by blind panic, which has dominated the present crisis."

      Unbridled investors and submissive regulators are not the only protagonists in the recent tragedy. The hubris of neoliberal economists also played a part, and here Keynes had some very relevant insights for our times. He saw economics as "one of these pretty, polite techniques which tries to deal with the present by abstracting from the fact that we know very little about the future." Indeed, he was, as Skidelsky notes, "famously skeptical about econometrics," with numbers for him being "simply clues, triggers for the imagination," rather than the expressions of certainties or probabilities of past and future events.

      With their model of rational homo economicus in tatters and econometrics in disrepute, contemporary economists would do well to pay heed to Keynes' advice that if only "economists could manage to get themselves thought of as humble, competent people on a level with dentists, that would be splendid." Yet, even as many welcome the resurrection of Keynes, others have doubts about his relevance to the current period. And these doubters are not limited to neoliberal diehards.
      Limitations of Keynsianism

      For one thing, Keynesianism is mainly a tool for reviving national economies, and globalization has severely complicated this problem. In the 1930s and 1940s, reviving industrial capacity in relatively integrated capitalist economies revolved around the domestic market. Nowadays, with so many industries and services transferred or outsourced to low wage areas, the effects of Keynesian-type stimulus programs that put money into the hand of consumers to spend on goods has much less impact as a mechanism of sustained recovery. Transnational corporations and TNC-host China may reap profits, but the "multiplier effect" in de-industrialized economies like the United States and Britain might be very limited.

      Second, the biggest drag on the world economy is the massive gulf — in terms of income distribution, the pervasiveness of poverty, and the level of economic development — between the North and the South. A "globalized" Keynesian program of stimulus spending, funded by aid and loans from the North, is a very limited response to this problem. Keynesian spending may prevent economic collapse and even spur some growth. But sustained growth demands radical structural reform — the kind that involves a fundamental recasting of economic relations between the central capitalist economies and the global periphery. Indeed, the fate of the periphery — the "colonies" in Keynes' day — didn't elicit much concern in his thinking.

      Third, Keynes' model of managed capitalism merely postpones rather than provides a solution to one of capitalism's central contradictions. The underlying cause of the current economic crisis is overproduction, in which productive capacity outpaces the growth of effective demand and drives down profits. The Keynesian-inspired activist capitalist state that emerged in the post-World War II period seemed, for a time, to surmount the crisis of overproduction with its regime of relatively high wages and technocratic management of capital-labor relations. However, with the addition of massive new capacity from Japan, Germany, and the newly industrializing countries in the 1960s and 1970s, its ability to do this began to falter. The resulting stagflation — the coincidence of stagnation and inflation — swept throughout the industrialized world in the late 1970s.

      The Keynesian consensus collapsed, as capitalism sought to revive its profitability and overcome the crisis of overaccumulation by tearing up the capital-labor compromise, liberalization, deregulation, globalization, and financialization. In this sense, these neoliberal policies constituted an escape route from the conundrum of overproduction on which the Keynesian welfare state had foundered. As we now know, they failed to bring back a return to the "golden years" of post-war capitalism, leading instead to today's economic collapse. It is not, however, likely that a return to pre-1980's Keynesianism is the solution to capitalism's persistent crisis of overproduction.
      The Great Lacuna

      Perhaps the greatest obstacle to a revived Keynesianism is its key prescription for revitalizing capitalism in the context of the climate crisis, namely the revving up of global consumption and demand. While the early Keynes had a Malthusian side, his later work hardly addressed what has now become the problematic relationship between capitalism and the environment. The challenge to economics at this point is raising the consumption levels of the global poor with minimal disruption of the environment, while radically cutting back on environmentally damaging consumption or overconsumption in the North. All the talk of replacing the bankrupt American consumer with a Chinese peasant engaged in American-style consumption as the engine of global demand is both foolish and irresponsible.

      Given the primordial drive of the profit motive to transform living nature into dead commodities, capitalism is unlikely to reconcile ecology and economy — even under the state-managed technocratic capitalism promoted by Keynes.
      "We are all Keynesians Again?"

      In other words, Keynesianism provides some answers to the current situation, but it does not provide the key to surmounting it. Global capitalism has been laid low by its inherent contradictions, but a second bout of Keynesianism is not what it needs. The deepening international crisis calls for severe checks on capital's freedom to move, tight regulation of financial as well as commodity markets, and massive government spending. However, the needs of the times go beyond these Keynesian measures to encompass massive income distribution, a sustained attack on poverty, a radical transformation of class relations, deglobalization, and perhaps the transcendence of capitalism itself under the threat of environmental cataclysm.

      "We are all Keynesians again" — to borrow but slightly modify Richard Nixon's much-quoted phrase — is the theme that unites Barack Obama, Paul Krugman, Joseph Stiglitz, George Soros, Gordon Brown, and Nicholas Sarkozy, though in the implementation of the master's prescriptions, they may have differences. But an uncritical revival of Keynes might simply end up with another confirmation of Marx's dictum that that history first occurs as tragedy, then repeats itself as farce. To solve our problems, we don't just need Keynes. We need our own Keynes.

      One of the most significant consequences of the collapse of neoliberal economics, with its worship of the "self-regulating market," has been the revival of the great English economist
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      ¿Son suficiente las medidad keynesianas contra la crisis? Empty Re: ¿Son suficiente las medidad keynesianas contra la crisis?

      Post  luxemburguista Mon Aug 24, 2009 6:55 am

      Pese a que me interesan siempre los textos de W. Bello, y normalmente coincido con sus aportaciones, éste es uno de los "peores" que he leído de él. Vamos por partes:

      1. La obra teórica de Keynes influyó en el New Deal. Pero no tanto como se cree entre los economistas. Y para nada se aplicó una teoría sobre la realidad, sino que fue más coincidencia que otra cosa. Que la administración USA tras el 29 (la demócrata que impulsó el New Deal) conocía perfectamente a Keynes y aplicó con diligencia sus recetas es un mito sostenido por algunos economistas y hecho añicos por los historiadores.

      2. Entrando en el contenido concreto del texto, lo primero que es erróneo o falso (uso estos términos porque estamos hablando de conocimiento científico y, por tanto, empíricamente contrastable) es la exposición sobre comunismo, socialismo y capitalismo. Y lo es porque desde el XIX y bajo el capitalismo
      que los seres humanos se unan para un objetivo común o se muevan por principios objetivos
      no es otra cosa que el comunismo, que precisa de la socialización para su implementación. El discurso reaccionario-postmoderno no cuadra con quien sabemos que maneja (y mucho) conocimientos científicos que van más allá de los lugares comunes en los que nos ha sumido hoy el discurso progre dominante. Pero parece que ni W.B. está exento de esas inercias. Si estuviéramos hablando de otro tipo de sociedad, la cosa sería distinta. Pero estamos en la sociedad en la que estamos, capitalista. Y las abstracciones y utopías ya sabemos lo inútiles que son. Hay que llamar a las cosas por su nombre. Le pese a quien le pese.

      3. Lo segundo que es falso es la pamplina de la incertidumbre y la confianza. Aquí Bello no se olvida sólo de R.L. También de Marx y de otros muchos. Quien desee conocer cómo un sistema tan en apariencia caótico como el capitalista consigue "reintegralo todo", debería leer el texto de RL "Las tendencias de la economía capitalista" (http://marxismolibertario.blogspot.com/2008/04/rosa-luxemburgo-las-tendencias-de-la.html), especialmente el principio. Como suele pasar, quien intenta "inventar la rueda" a estas alturas, acaba resultando cómico (o cutre, depende). Por cierto, la econometría (y la cliometría en general) está "puesta en duda" ("reventada" diría yo, incluido el homo economicus) desde hace mucho. ¿A que no sabeis por quienes? Sí, lo habeis adivinado: por científicos sociales marxistas. Curioso, ¿no?

      4. Lo tercero que es falso (y entramos ya en cuestiones mucho más de fondo) es que:
      el keynesianismo es principalmente un instrumento para reavivar las economías nacionales, y la globalización ha complicado enormemente este problema. En las décadas de 1930 y 1940 reavivar la capacidad industrial en economías capitalistas relativamente integradas era cosa que tenía que ver sobre todo con el mercado interior
      (la negrita es mía, porque es lo más falso del enunciado).
      En esta aseveración, W.B. se aleja por completo (o no lo sigue en absoluto) de la teoría de la acumulación de RL. Incluso se queda por debajo de la que podría haber sido una explicación alternativa (la leninista del "Imperialsimo...". Se queda al nivel de lo que dicen los economistas reclacitrantemente ortodoxos y vulgares. ¿Es eso malo? Pues sí, porque así nada interesante se comprende y uno termina plenamente alejado de la realidad. La reactivación de las economías nacionales no se realizó tras la crisis del 29 empleando sólo a éstas, en una especie de circuito cerrado autosuficiente. Nada más ajeno a la realidad.
      Francia e Inglaterra emplearon sus imperios coloniales para sufragar su reactivación, mediante los mecanismos analizados (y otors más) por RL en su teoría de la acumulación. Y lo mismo hizo USA, extendiendo su influencia y dominio tanto en "el patio trasero" como en otras áreas. Sin ese aspecto, sin decir quién financia la reactivación, nada interesante queda claro. Y, sobre todo, no se puede entender porqué hoy es imposible tal reactivación. Porque las crisis del 29 y del 73 son jalones decisivos en el proceso de globalización del sistema capitalista, que es la tendencia que necesita irremediablemente el capitalismo para mantener sus tasas de acumulación. De ahí que decir lo que a continuación dice el autor (una especie de discurso anti-globalización de tipo aislacionista o proteccionista) sea, sencillamente, absurdo. Porque esa situación es producto de las salidas a la crisis, no casualidad. Es lo que el capitalismo ha hecho para salir de su propia crisis, por lo que es absurdo verlo como un fenómeno independiente y, por tanto, modificable a voluntad.

      5. No tiene desperdicio la siguiente aseveración:
      Un programa keynesiano “globalizado” de estímulo del gasto, financiado con ayuda y préstamos del Norte, es una respuesta muy limitada a este problema. El gasto keynesiano puede evitar el colapso económico e incluso inducir algún crecimiento. Pero el crecimiento sostenido exige una reforma estructural radical: el tipo de reforma que implica una desestructuración fundamental de las relaciones económicas entre las economías capitalistas centrales y la periferia global
      Emplear a estas alturas el modelo centro-periferia (o Norte-Sur, me da igual) es algo que entra en lo ridículo. Salvo que quieras hacer canciones o poemas, está por completo obsoleto (en el pleno sentido del término). Se que Wallerstein sigue siendo uno de sus principales defensores (y Amin,...). Pero ésa es una de sus deficiencias como materialistas estructurales, no algo de lo que vanagloriarse. Nada tiene ese esquema ya en común (como sí lo tuvo en parte en tiempos) con el análisis de clases sociales que SÍ demuestra una vez tras otra su validez. Y, en el escenario de una globalización marcada por el absoluto predominio de las multinacionales (que no tienen patria), cualquier discurso basado en desconexiones territoriales (que es a lo que este discurso lleva) es irritante por penoso. Lo que hay que hacer es analizar a la clase capitalista mundial, a la alta burguesía de nuestros tiempos. Y dejarse de zarandajas.
      Por supuesto que un programa keynesiano mundial es inviable. Porque implicaría necesariamente, dada la ausencia de elementos externos al sistema (no capitalistas) que puedan financiarlo a través de su sumisión al propio capitalismo, una redistribución de rentas que impediría la propia acumulación del capital al ritmo que precisa. Es decir: ES IMPOSIBLE UNA REACTIVACIÓN DEL CAPITALISMO TAL CUAL LO CONOCEMOS. Esa es la clave de la cuestión, lo que hace ridículo seguir buscando en el keynesianismo opciones, y lo que debe llevarnos a preguntarnos que opciones reales se le plantean al capitalismo y a la sociedad. Y si hacemos eso, de nuevo no sirve lo expuesto por W.B. Porque el gasto que están haciendo los estados (empezando por USA) para nada está orientado a reactivar la economía. Es cierto que actúan en parte sin ton ni son, sin saber muy bien lo que están haciendo (sin un plan sólido definido), pero siempre dentro de un marco muy claro completamente opuesto a esas redistribuciones de rentas. Por el contrario, están trasvasando rentas de todos (obtenidas de los impuestos) a unos pocos, precisamente esa gran burguesía capitalista. Y le están facilitando el cambio de actividad productiva. Eso es lo que se esconde tras el plan sanitario de Obama y tras los discursos y prácticas del resto de gobiernos: una especie de reconversión productiva que entrega al capital los servicios esenciales. Pero esto no es nuevo, por lo que la tendencia (ahora amplificada) puede ser fácilmente comprensible para cualquier analista. La OMC lleva años tratando estas cuestiones (agua, educación,...). Y la experiencia con los regímenes de pensiones en países como Chile o USA (por citar dos distintos) está ahí para quien quiera considerarla (y quien no quiera se enterará de poco).

      6. El pretendido consenso capital-trabajo que sostiene el autor es una entelequia. Primero, vuelve a dejar al margen a las sociedades no-capitalistas, que financiaron ese "consenso". Y, segundo, se abstrae de conceptos tan claves como valiosos: plusvalía y explotación. La postguerra supuso un aumento de ambos, a través de diversos mecanismos. Que en el mundo occidental aumentara el poder adquisitivo no significa que se redujeran las desigualdades (que aumentaron) y menos aún que disminuyese la tasa de acumulación y su correlato necesario: la tasa de explotación. Para nada fue así y hay estudios muy serios que lo demuestran (para el caso español publicamos el de Diego Guerrero, con todo lujo de cifras).

      7. De nuevo se demuestra que aunque sobreproducción y subconsumo (entendidas como producción por encima de la capacidad social de adquisición determinada por la renta disponible) sean dos caras de la misma moneda, es fundamental desde qué lado estás mirando la moneda. La perspectiva siempre es fundamental para ver las cosas. Y quienes miran desde el lado de la producción siempre acaban viendo una realidad deformada. Porque la clave está en la causa de que la gente no pueda consumir lo que se produce y que la gente necesita. Porque no estamos hablando de que todos nos hayamos hecho "defensores del decrecimiento" por una especie de convicción ecologista. De lo que estamos hablando es de que la gente no puede consumir porque no tiene con qué. Y eso, sencillamente, es producto de la explotación. No pensemos en pobres de solemnidad, parados sempiternos, habitantes del tercer mundo,... Los que no pueden ya consumir son trabajadores "normales" (entre los cuales nos incluimos los que en este Foro estamos), personas que producen directamente esa riqueza que queda cada día más lejos de nuestro alcance. Ahí radica la cuestión central. Y si nos dan dinero para consumir se lo estarán quitando a la tasa de acumulación. Porque ahora, a diferencia de antes, no hay "ahí fuera" (fuera de las clases burguesa y proletaria) quienes financien esas dádivas, ese "consenso". ¿Puede el capitalismo permitirse una reducción de sus tasas de acumulación? Podría hacerlo temporalmente en teoría, sobre el papel. Pero no en la praxis, en la realidad del proceso histórico.

      8. El malthusianismo SÍ que es fundamental. ¿A qué creeis que se están refiriendo los analistas actuales cuando hablan de ecocidio? Lo que pasa es que como ló que parece importante es inventar nuevos términos, uno termina sin poder ver las conexiones con lo que ya se analizó, se propuso y, sobre todo, pasó. Porque las tesis de Malthus han dado para mucho, sobre todo en sus versiones más "extremas". Y cuando hoy muchos hablan de decrecimiento deberían plantearse a quién le están haciendo el juego. Pero sobre este particular ya volveré si mantenemos el debate.

      9. Por último, estoy plenamente de acuerdo con W.B. en que el keynesianismo no sirve. Ni sirve hoy ni sirvió antes. Al menos no al proletariado. Si a la burguesía sí le sirvió no me interesa especialmente. Ahora no le sirve, de lo cual me alegro. Porque no podrán vendernos esa moto por mucho tiempo. Eso da pié a la formulación de propuestas alternativas, pero que vayan más allá de lo que aquí expresa W.B. Porque se basen en un análisis de la realidad verdaderamente coherente con la realidad misma. Y porque sean verdaderamente alternativas.

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      ¿Son suficiente las medidad keynesianas contra la crisis? Empty Re: ¿Son suficiente las medidad keynesianas contra la crisis?

      Post  luxemburguista Mon Oct 05, 2009 9:50 am

      Pongo el enlace a un texto de Alberto Montero (un profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga) sobre las políticas keynesianas y esta crisis.

      http://www.albertomontero.com/2009/10/03/politicas-economicas-frente-a-la-crisis-%c2%bfbasta-con-volver-a-keynes-o-hay-que-cambiar-el-mundo/

      SALUD

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